Por: Ricardo Sánchez Ángel
Profesor emérito, Universidad Nacional
Compartido Por: la Coordinación Nacional Autónomo Independiente De Trabajadores (CAIT) Maracaibo
Colombia bien puede representarse
como un gran teatro de la crueldad, donde las pesadillas de los crímenes de
siempre se combinan con las formas modernas de exterminio: bombardeos con
misiles de largo alcance, minados y armas automáticas. Las formas actuales de
la muerte son las mismas de los tiempos infames.
Se vive la continuidad del
genocidio contra el pueblo, que, cuando amaina o cesa, es para planificar mejor
las próximas oleadas de matanzas. Sigue vigente la tragedia shakesperiana
cuando en Macbeth el personaje Malcolm
pregunta a Ross “¿Cuál es la más reciente desgracia?” Y este, que trae
terribles noticias, prefiere, inicialmente, precisar el tiempo de lo trágico:
“La que data de una hora es ya tan antigua que olvida la que anuncia, pues cada
minuto trae una nueva”.
El momento político es
violento, despiadado. Ante las muertes por doquier, las formas de la hipocresía
ceden paso a la virulencia y se relacionan con los otros azotes: el de la
pobreza y el desamparo de las mayorías nacionales. La violencia del lenguaje se
corresponde con las violencias fácticas y la muerte en vida de los miserables,
los parias de toda condición.
Grandes personajes son el
fraude electoral, el saqueo de los recursos públicos, la inmoralidad convertida
en virtud, lo que confirma el acorralamiento de los valores éticos compartidos.
Lo que reina es el cinismo político con sus tartufos, candidatos de paja,
vendedores de ilusiones, estafadores de conciencias. Una realidad de inmundicia
y un soso olor a matadero. Una época que aporta una nueva oleada de inmoralidad
política en la sociedad del espectáculo.
Hay que limpiar a Colombia del
maquillaje y la impostura para que asuma su verdadera condición de desgracia en
que la tienen sumida las clases y los partidos dominantes.
La situación de Colombia en el
escenario internacional es desastrosa. Las agresiones a Venezuela y a Cuba
responden a conspiraciones de la ultraderecha norteamericana y están fracasando
estruendosamente. El gobierno de Duque, después de conspirar contra la
candidatura de Joe Biden, pasó a ser el más domesticado de los gobiernos de
nuestra historia.
La adhesión a la OTAN y el
apoyo a la guerra en Ucrania van en contra de los principios del no
alineamiento, la neutralidad y el activismo a favor del cese de la
confrontación con el derecho internacional de la paz, mediante negociaciones.
Lo urgente es restablecer la vigencia del derecho internacional que incluyan el
retiro de Rusia de ese país, asumir sus responsabilidades y la aceptación por
parte de Ucrania del principio de la neutralidad y el castigo a las bandas
paramilitares.
En relación con nuestra
América, hay que restablecer la unidad con el vecindario, asumiendo esto como
el eje de la política internacional del país, para convocar una negociación en
Bogotá de los países víctimas del narcotráfico, que acuerden directamente con
Estados Unidos el cese de la guerra contra las drogas y diseñen los nuevos
tratados de extradición que se requieren.
El debate electoral en curso
muestra un torrente inequívoco de apoyo al relevo de las elites y los modelos
económicos-políticos por parte del Pacto Histórico, con Petro y Francia. Nada
descarta que ganen en la primera vuelta y de allí el desespero de los que se
saben perdedores en crear el caos electoral y/o realizar el atentado contra
Petro y Francia.
El sonar de las trompetas
llamando a un frente contra Petro y Francia es un anuncio del desespero del para
estado y la parapolítica, del Uribato, del liberalismo hipócrita, de los
titiriteros del centrismo. Pero Colombia no es un país de mierda, como se
repite con pesimismo y depresión. El pueblo aspira encontrar la ventana
histórica, la oportunidad para lograr sus derechos aplazados y negados.
Con el probable triunfo del
Pacto Histórico no se llega a la tierra prometida, pero sí se abre la casa común a los vientos de unidad
nacional, democracia política y social, así como al derecho internacional que
restablezca la dignidad de Colombia. El momento es incierto, con su perplejidad
pletórica de acechanzas y, sin embargo, el principio esperanza está presente
cargado de futuro, reviviendo las mejores herencias.
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