
Por: Luis Mesina- Maracaibo 23-10-2020
El
domingo se cumplió un año desde que el pueblo de Chile dijera basta. Ese 18 de
octubre de 2019 quedará marcado en la historia de nuestro país como el
despertar de millones que cansados del abuso decidieron ponerse de pie y salir
a enfrentar al sistema y a sus instituciones que por más de 30 años fueron
indiferentes a las demandas sociales, y que sin ningún pudor se corrompió
groseramente. En ese escenario, los corruptos gozaron de una impunidad que
irritó a las mayorías que viven a diario de su trabajo y esfuerzo.
El
18 de octubre es el corolario de un proceso de injusticias que ellos, los que
gobernaron, no vieron en 30 años, por eso les estalló con tanta furia en sus
propias narices.
Estallido
social, revuelta popular, rebelión, revolución, son nombres para denominar ese
proceso abierto en octubre. Precisión que resulta indiferente para los millones
que “saltaron el torniquete” pues, tratándose de una movilización nacional,
intensa y extensa que cuestionó el orden imperante, lo que importa es la dimensión
de dicho fenómeno social que acaparó la atención de todo el mundo.
En
efecto, el modelito chileno, difundido durante 30 años por la ex Concertación y
la derecha como un modelo de éxito para administrar el Estado, se derrumbaba
ante los ojos del mundo de la noche a la mañana. La paz social, que se vendía
como un activo para el inversionista extranjero, se desplomaba.
Los
resultados para las mayorías eran irrebatibles. Mientras el país aumentaba su
ingreso per cápita por sobre los 20 mil dólares, ubicándose en el primer lugar
de la región, los salarios promedio para la mitad de los habitantes no
superaban los 550 mil pesos líquidos. Nos repetían a diario que el aumento del
gasto público en educación y salud había aumentado considerablemente en los
últimos 30 años, eran los argumentos intimidatorios para cualquiera que
intentara cuestionar el modelo. No decían que gran parte de esos recursos
públicos finalmente eran transferidos al sector privado para que ellos, bajo la
lógica imperante de los negocios, terminaran capturándolos para ponerlos a
disposición del mercado.
La otra cara de la moneda mostraba la cruenta realidad. La atención de la salud para millones se deterioraba a pasos agigantados, las interminables filas para ser atendidos en la salud pública evidenciaban que ese derecho, se extinguía de las manos a las mayorías y solo era posible adquirirla si se contaba con dinero. Era el periodo en que el sector privado capturaba parte importante de los recursos del AUGE. Las clínicas fastuosas hacían su estreno en todo el país dejando a los hospitales públicos carentes de insumos básicos para atender a la población más pobre. Así fue como el discurso del crecimiento con igualdad de Ricardo Lagos se hacía trizas ante los datos objetivos y la realidad que enfrentaba la mayoría de los habitantes.
Ya en la década anterior, Frei Ruiz-Tagle había concluido otra parte del
despojo a nuestro pueblo, cuando suscribió una inmensa cantidad de tratados
internacionales que
Permitieron eliminar las trabas arancelarias
para que el capital circulara libremente, enajenando los pocos bienes públicos
como el agua, las sanitarias y muchos sectores económicos que cayeron bajo las
garras del capital transnacional.
Chile
se privatizaba en beneficio de un puñado de chilenos que concentraban
groseramente el ingreso, al punto de que 140 personas ostentan un patrimonio
financiero y no financiero superior a los US$ 150.444 millones; vale decir, 140
personas poseen un patrimonio superior al 50% del PIB nacional. Era la
consolidación de una desigualdad extrema. Chile crecía, Chile se dividía.
Bachelet
intentó en su primer gobierno hacer un pequeño giro, pero no pudo. Debió
contentarse con crear el pilar
solidario, que al fin de cuentas no fue más que un respirador artificial
para el sistema privado y de negocio de las pensiones. Las AFP tuvieron un
respiro y continuaron administrando el ahorro de los millones de chilenos al
tiempo que financiaban a los grandes grupos económicos que expandían sus
negocios y fortunas, muchos de ellos coludiéndose para estafar a sus propios
compatriotas, total, la impunidad para los poderosos era la garantía pactada en
los hechos, para imponer como máxima sanción a los delincuentes de cuello y
corbata clases de ética.
Los
pensionados lograban en promedio pensiones cuyo monto estaba por debajo del
ingreso mínimo y más de la mitad no lograba alcanzar la línea de la pobreza.
Profesoras, luego de trabajar por más de 35 años, se colocaban en las puertas
de los supermercados a vender dulces para complementar las míseras pensiones.
Pero no lo vieron venir. Las multitudinarias marchas en todo el territorio sólo
sirvieron para obtener declaraciones, palabras vacías y demagógicas por parte
los administradores del poder
El
18 de octubre fue el agotamiento de un pueblo ante tanto abuso.
Fue
la última década la que presagiaba lo que se venía. Se había alertado al poder;
pero es tanto el nivel de desprecio, de corrupción, de infamia, que ignoraron
lo que se estaba incubando en el país.
La
década partió con las movilizaciones contra Hidroaysén, Magallanes, Aysén,
luego Freirina, Tocopilla, Calama. Continuó con el levantamiento del mundo
estudiantil universitario que movilizó cientos de miles de estudiantes
exigiendo educación pública de calidad y gratuita y, Asamblea Constituyente. Siguieron
las gigantescas marchas de NO+AFP y del movimiento feminista. Pero no lo vieron
venir.
Ahora
que ya cumplimos un año del 18 de octubre, estamos a punto de acabar con la
Constitución del tirano. Chile despertó y exigió derechos sociales, pensiones,
salud, educación, agua, vivienda, todos derechos que fueron convertidos en
negocios. A punto de reiniciar una nueva etapa en este aniversario del 18 de
octubre, tenemos el tremendo desafío de cambiar las cosas.
Los
poderosos y el gobierno nos interpelan a todos para que haya garantías de paz
en el país. Mientras interpelan a condenar la violencia, desatan la furia
represiva con quienes se movilizan y no cesan en reprimir al pueblo mapuche.
Todos
queremos la paz. Pero la paz sólo es posible acabando con la injusticia. Y esa
demanda de mayor justicia social no la pudieron garantizar ellos en 30 años.
Ahora será el soberano, el pueblo, el llamado a cambiar las cosas. Mayor
unidad, mayor organización y mayor movilización social serán los desafíos para
seguir corriendo los cercos que nos han impuesto los que controlan el país.
El
pasado domingo conmemoramos un año de la rebelión popular. Y el domingo 25 de
octubre debemos ganar el plebiscito de entrada, para que al día siguiente
sigamos saltando todos los torniquetes que nos han puesto para negarnos el
derecho a soñar y el derecho de vivir en paz.
*Luis Mesina: Vocero de la Coordinadora
Nacional de Trabajadores NO+AFP y secretario general de la Confederación de
Sindicatos Bancarios y Afines. Y miembro del Comité Internacional de Enlace e
Intercambio (CILE) del Acuerdo Internacional de los Trabajadores y de los
Pueblos (AIT)
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