Maracaibo 14-04-2020
Declaración
del Secretariado internacional de la IV Internacional
Jamás la quiebra de
todo un sistema se manifestó simultáneamente
con tanta fuerza a escala mundial
La humanidad está confrontada a una
verdadera catástrofe. Tres mil millones de seres humanos confinados, decenas de
miles de muertos, millones infectados y unos servicios sanitarios que se derrumban
uno tras otro.
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El desarrollo exponencial de la pandemia
por el mundo no debe nada al azar.
Su explosión es producto, por una parte,
de la política de saqueo imperialista que condena a una miseria sin nombre a
pueblos enteros, en África y en Oriente Medio –países que son ya pasto de las
guerras y las intervenciones militares imperialistas-, en Asia, en América
Latina... y, por otra parte, de la política de ajuste estructural, dictada por
el FMI y aplicada a los pueblos de los países imperialistas desde la crisis de
2008, que ha destruido todos los sistemas sanitarios públicos arrancados con
dura lucha.
Cada día trae nuevas pruebas de que la
crisis que trastorna hoy toda la economía mundial había comenzado mucho antes
de la aparición de la pandemia, como establecen las Notas Editoriales de la
revista teórica de la IV Internacional (La
Verdad nº 105).
Nunca como hoy los representantes de las
clases dominantes, los gobiernos y las instituciones internacionales han
ofrecido al mundo el espectáculo de su incapacidad para afrontar las
calamidades que ellos mismos han provocado y de las que son responsables
únicos.
Nunca como hoy han encarnado, en una
mezcla de pánico, incompetencia y diletantismo criminal, el mortífero callejón
sin salida al que la humanidad entera se ve arrastrada por los servidores del
capital financiero, para quienes la única ley es la de la explotación sin
límite de los trabajadores, la de las cotizaciones bursátiles y los dividendos.
Nunca el insoportable espectáculo de
«expertos científicos», repitiendo hasta
el hastío que «se ha hecho todo lo
que podía hacerse, las mascarillas eran inútiles...» Transmitiendo las
mentirosas consignas de los gobiernos, había manifestado semejante grado de
servilismo respecto del mundo de las finanzas.
Nunca como hoy han alimentado el asombro y la indignación.
La indignación de todos los pueblos
confinados (1 400 millones de individuos confinados en la India) en
«campamentos», en favelas, en poblados chabolistas sin agua, sin alimento y
condenados a una muerte lenta en la absoluta indigencia.
La indignación de esos emigrantes
surasiáticos obligados a ir a trabajar en las peores condiciones en las obras
de los estadios construidos a marchas forzadas en los emiratos del Golfo.
La indignación de los pueblos de Venezuela,
de Irán y de Palestina ¡sometidos a embargo!
La indignación de todos los que son
enviados al «frente» en los países
ricos, en Estados Unidos, en Europa, sin mascarillas y sin equipos de
protección para combatir la enfermedad.
La indignación de todos los
trabajadores, basureros, repartidores, cajeros, carteros... Obligados a
garantizar sin protección los servicios indispensables a la población.
Al asombro de los primeros días han
sucedido una indignación, un odio que se transforman en resistencia en todas
partes. De ello dan fe los combates emprendidos por los trabajadores –por todos
los medios, incluida la huelga- en Italia, en Francia, en España, en Brasil, en
Chile, en Estados Unidos, donde los trabajadores de Amazon se niegan a seguir trabajando sin equipos de protección.
Una resistencia que se inscribe en la
continuidad y profundización del levantamiento de los trabajadores y de los
pueblos que, desde hace meses, desde Argelia hasta Iraq pasando por Chile,
exigen «que se vayan todos».
Incapaces de suministrar a los
hospitales las indispensables mascarillas, guantes, batas, respiradores... En
cantidad suficiente, los dirigentes imperialistas y sus vasallos en todos los
continentes se proclaman jefes de la guerra.
En las viejas potencias imperialistas
europeas, llaman a las direcciones del movimiento obrero a la unión sagrada.
Declaran el estado de alarma,
prohíben las aglomeraciones, instauran
el toque de queda, suspenden las garantías del «estado de derecho» para dar un
paso más en el camino de la destrucción de las libertades democráticas, del
desmantelamiento de los códigos laborales –allá donde aún existen- pero también
de la seguridad social, la cobertura de paro y las pensiones...
Mientras que los bancos centrales inundan
el mercado de billones de dólares para salvar los monopolios imperialistas que
eligen, millones y millones de hombres y mujeres arrojados al paro se ven
amenazados de perderlo todo. En Estados Unidos se han apuntado al paro diez
millones de norteamericanos en dos semanas.
El coronavirus que los «grandes» jefes
de estado no han sabido ni querido contener se utiliza como pretexto para
intentar destruir todas las conquistas de la clase obrera, para proporcionar la
mano de obra esclava que el sistema imperialista en plena crisis precisa para sobrevivir;
si puede calificarse de supervivencia la crisis mortal a la que el capital
arrastra a la humanidad.
Una inmensa indignación está uniendo a
los pueblos del mundo entero en contra de los gobiernos que se constituyen en
correa de transmisión del capital financiero.
Una inmensa indignación se apodera de
toda Europa: Francia, Alemania, España, Italia... como de todos los otros
continentes.
La revuelta se extiende. Se apoya hoy en
Europa en la movilización de los sanitarios que, en primera fila, frente a la
incuria de los gobiernos, de los ministros de Sanidad y de todos los «expertos
burócratas», hacen frente a la enfermedad.
Médicos, enfermeros, auxiliares,
personal de ambulancias... llevan meses combatiendo. Hoy, rechazando la unión
sagrada, acusan al poder y se organizan.
Ellos lo han probado: no hay solución
posible si no se arranca el poder de decisión de las manos de los agentes del
capital financiero para que se confisquen las empresas para la producción de
mascarillas, de test, de respiradores, de oxígeno... y de medicamentos, para
que la investigación disponga de los fondos que necesita perentoriamente.
Ellos demuestran, cada día, su capacidad
para reorganizar todos los servicios sanitarios y todo el hospital público al
servicio de la población.
Rompiendo todos los vínculos de
subordinación respecto de los objetivos de rentabilidad y de privatización,
dicen que solo ellos pueden abordar la situación demostrando la capacidad de
los que producen las riquezas para responder a las necesidades vitales de la
inmensa mayoría del pueblo.
La suerte de la civilización humana se
juega en este cara a cara.
Por un lado, la hecatombe que se abate
sobre los pueblos privados de todo y condenados a lo peor. Una hecatombe que
golpea en el mismo centro de la primera potencia mundial, los Estados Unidos.
El apocalipsis en los hospitales europeos. ¡La barbarie!
Por otro, esta encarnizada resistencia
de los sanitarios que dice a los trabajadores del mundo entero: hay una salida
política y se está preparando.
Hoy no hay tarea más urgente que ayudar,
en cada país, a que surja esta indignación y esta resistencia, a que se abra
camino, se extienda, gane todas las capas de la población y se inscriba en el
marco común del combate de los trabajadores y de los pueblos para acabar con el
sistema, para salvar a la humanidad de la barbarie a la que el sistema
capitalista la arrastra.
El 4 de abril 2020
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