Por: Xabier
Arrizabalo http://www.informacionobrera.org/
Maracaibo
02-11-2017
La Revolución
rusa constituye el hecho histórico más importante desde la perspectiva de la clase
trabajadora. Tan sólo en las primeras semanas tras la toma del poder, ya se
sucedieron decretos que abrían una nueva perspectiva: decreto de la paz para
parar la sangría de la guerra, de la tierra para expropiar a los grandes
terratenientes, de nacionalizaciones, de igualdad de los pueblos, de igualdad
de los ciudadanos ante la ley, del matrimonio civil y del divorcio, de
separación del Estado y la Iglesia, de la propiedad colectiva, del control
obrero sobre la producción y de nacionalización de los bancos. Una nueva
perspectiva, sí, la de desarrollar efectivamente las fuerzas productivas, la de
mejorar las condiciones de vida de la población, en contraste frontal con el
contexto internacional presidido entonces, como hoy, por las crisis y las
guerras propias del estadio imperialista del capitalismo.
Ciertamente,
2017 no es 1917 pero, ¿acaso no son actuales muchas de esas medidas? ¿Acaso no
padecemos hoy problemas por la injerencia de la Iglesia en los asuntos públicos
y su financiación, particularmente en la enseñanza? ¿Acaso no se revela
imprescindible poner los recursos financieros al servicio de las necesidades de
la población, es decir, la nacionalización de la banca? ¿Acaso no se requiere
urgentemente un marco de convivencia entre naciones basado en el derecho de
autodeterminación? ¿Acaso no resulta urgente poner fin a las guerras
imperialistas que asolan países enteros, dejando una estela de destrucción a la
que se dedican fondos que se hurtan a servicios sociales?
Sin embargo,
los trabajadores, los jóvenes en particular, ¿realmente conocen la experiencia
de la revolución rusa, sus enseñanzas? Ya lo estamos verificando:
convenientemente financiadas por las instituciones del capital, se despliegan
campañas de intoxicación ante el centenario, que pretenden ocultar el profundo
contenido social de la revolución. Su posterior degeneración burocrática,
decantada desde mediados de los años veinte en ruptura con la tradición
marxista del viejo partido bolchevique, se utiliza fraudulentamente para
sostener la falacia de que no hay enseñanzas positivas de la revolución. Y
también, desde otra perspectiva, se caricaturiza con la intención de que no
pueda ser referente hoy.
Los
trabajadores no tenemos nada que perder conociendo la verdad. Debatiendo
fraternalmente acerca del legado de la experiencia revolucionaria. De su
vigencia. Porque de igual modo que la Revolución Francesa no es solo la Toma de
la Bastilla, la Revolución Rusa no es solo la Toma del Palacio de Invierno. Las
revoluciones no son determinados acontecimientos puntuales, por importantes que
sean y la condición de símbolo que acaben alcanzando. Las revoluciones
constituyen un proceso caracterizado por la irrupción de la intervención
directa de las masas en la vida social, mostrando expresamente su aspiración a
construirse su propio futuro. Intervención con la que se abre la transición a
una nueva organización social. Las revoluciones tienen un profundo contenido
histórico que no sólo no puede reducirse a un momento específico, sino que sólo
se comprende desde la perspectiva de la revolución permanente, formulada por
Marx en 1844, retomada por Trotski desde 1904 y plenamente por Lenin en abril
de 1917, lo que fue decisivo para la revolución. Porque la revolución que abra
una salida digna de este nombre a la barbarie en la que nos instala cada vez
más la supervivencia del capitalismo no es un deseo, sino una necesidad.
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