Contrario a lo que se pretende infundir desde
Estados Unidos, Europa y los gobiernos de derecha en América Latina, en
Venezuela en los últimos 17 años el país se acostumbró al ejercicio de la
democracia como nunca antes en su historia. En promedio, se realiza una
elección cada diez meses. Así, el próximo 6 de diciembre se celebrarán los
comicios que definirán la composición de la Asamblea Nacional, formada por 167
diputadas y diputados
Por Fernando Vicente.*
En diciembre de 1998, Hugo Rafael Chávez ganó
la presidencia con la propuesta de cambiar la Constitución, con el objetivo
explícito de restituirle el poder al pueblo. Apenas asumió, convocó a un
referendo –el primero de la historia venezolana- y el 82 % de la población
expresó que quería un nuevo ordenamiento jurídico. Luego del proceso
constituyente, el texto fue aprobado en un segundo referendo, con el 71 % de
los votos.
La democracia
venezolana
La nueva Constitución
asumió el concepto de democracia participativa y protagónica, planteando la
necesidad de superar la democracia representativa liberal, de características
delegativas. Estableció que el poder reside intransferiblemente en el pueblo y
reconoció el derecho a la organización social, estimulando la participación
popular desde la base. Además, institucionalizó la figura de referéndum e
incorporó el carácter revocatorio de todos los cargos electivos.
Los mecanismos de
democracia directa no terminaron allí. En 2006 se sancionó la ley de Consejos
Comunales, que promovió la organización de las comunidades urbanas o rurales; y
en 2010 se aprobaron las “leyes del poder popular”, que promovieron las
comunas, articulación de varios consejos comunales en un territorio con una
identidad e historia común.
En todos estos años
pasaron varias elecciones, casi todas ganadas por el chavismo, quien se
consolidó así como una fuerza de masas con un proyecto histórico profundo,
recuperando soberanía sobre sus principales recursos –en particular, el
petróleo- y retomando el ideario integracionista de Simón Bolívar, el gran
Libertador de principios del siglo XIX.
La oposición,
mientras tanto, se agrupó en torno al objetivo estratégico de recuperar el
poder perdido por los sectores históricamente privilegiados. En esa cruzada se
alinean todos los partidos desde el centro hacia la ultraderecha, con apoyo de
las cámaras empresariales, las compañías trasnacionales, los medios privados de
comunicación y los gobiernos del EEUU y el Estado español, quienes financian y
articulan una red de ONG cuya principal tarea es instalar a nivel internacional
que en Venezuela no hay democracia, se violan los derechos humanos y la
libertad de expresión.
Con este discurso
intentaron legitimar un golpe de Estado en 2002 –que fue revertido cuando el
pueblo salió a la calle y un sector de militares leales se opusieron al quiebre
constitucional- y luego, repetidamente, intentaron generar acciones de calle de
extrema violencia.
2013-2015, etapa de
asedio a la Revolución
Tras la desaparición
física de Hugo Chávez, una nueva etapa se abrió en el país, caracterizada por
la ofensiva política y mediática contra el gobierno de Nicolás Maduro. La
receta preferida: el boicot económico, en una estrategia calcada del golpe que
derrocó al gobierno de Salvador Allende en Chile en los 70, cuando la CIA y el
Departamento de Estado, bajo comando de Richard Nixon, se dispusieron a “hacer
chillar la economía”.
El mecanismo
utilizado es el acaparamiento de productos para su reventa a precios más altos
en el mercado informal o para destinarlos al contrabando hacia Colombia. El
objetivo: desgastar las bases del chavismo y crecer en chances de derrocar al
gobierno por la vía electoral o la insurreccional.
En 2013 y
especialmente, en 2014, esto se combinó con violentas protestas protagonizadas
por jóvenes de clase alta y formaciones paramilitares, que dejaron más de 60
personas asesinadas. Además, se realizaron asesinatos selectivos de dirigentes
chavistas, entre ellos el del diputado más joven de la Asamblea Nacional,
Robert Serra, de 27 años.
En este cuadro
también hay que incluir a los propios errores de la revolución, como la
persistencia de un alto grado de burocracia y corrupción en sectores que están
a cargo de controles esenciales. Por ejemplo, en la frontera.
Así se llega al 6D
El 6 de diciembre se
plantea con un escenario abierto, que incidirá en el futuro inmediato de modo
determinante. La campaña recoge ese tono, con declaraciones cruzadas, cada vez
más vehementes; debates sobre la observación internacional; guerra de encuestas
e incluso acciones violentas vinculadas a figuras políticas.
La Unasur ha enviado
una delegación de acompañamiento electoral formada por 50 técnicos, pero la
oposición –en línea con los deseos de EEUU- sostiene que debería ser la OEA
quien intervenga en esa función.
En cuanto a las
encuestas, la oposición difunde sondeos donde se ve ganadora por más de 10
puntos porcentuales, aunque eso no necesariamente recoge la composición de la
futura Asamblea. No sólo porque -se sabe- los estudios preelectorales siempre
están en función de determinados intereses, sino que además en este caso no se
trata de una elección nacional, en un circuito único, sino de 114 elecciones
locales. Por lo que se puede dar el caso, y ya ha sucedido, que una de las dos
fuerzas obtenga mayor cantidad de votos pero no la mayor cantidad de
legisladores.
El reciente asesinato
de Luis Manuel Díaz, dirigente opositor, tras un acto realizado en el estado
Guárico; y el atentado fallido contra el candidato chavista Orlando Zambrano,
en Apure, contribuyen a enrarecer el clima, formando un río revuelto que
permite prever nuevos episodios de violencia, como sucedió en otros momentos
similares. Tras la elección presidencial de 2013, por ejemplo, el candidato
derrotado, Henrique Capriles, desconoció los resultados, llamó a “descargar la
arrechera” y grupos de ultraderecha asesinaron a 11 personas identificadas con
el chavismo.
Si la derecha alcanza
la mayoría en la Asamblea Nacional, no se descarta un golpe parlamentario como
el ocurrido en Paraguay en 2012, en combinación con todos los factores en
curso.
Si la derecha alcanza
la mayoría en la Asamblea Nacional, no se descarta un golpe parlamentario como
el ocurrido en Paraguay en 2012, en combinación con todos los factores en
curso. En este esquema, los avances integracionistas de los últimos años
sufrirían un golpe decisivo, consolidando el bloque pro-norteamericano en la
región.
Si el chavismo
finalmente logra la mayoría de los diputados, el movimiento popular pugnará por
la radicalización democrática de la revolución. Al día de hoy, más de 1300
comunas se encuentran organizadas en todo el país, sumándose a un amplio y
diverso movimiento social con fuerte presencia entre las mujeres, los jóvenes,
los obreros y los campesinos. Esta fuerza social constituye la mayor esperanza
para la continuidad y la profundización de los cambios estructurales, que
incluyen el avance en las áreas estratégicas de la economía –en particular el
comercio exterior-, la construcción del autogobierno y un renovado aporte a la
unidad continental, principal obstáculo a los planes de EEUU para América
Latina y el Caribe.
Por eso en estas
elecciones se juega mucho más que una renovación del Parlamento
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