por Xabier Arrizabalo
¿Qué significan las
sacudidas de las últimas semanas en la economía china? Ya había indicadores de
ralentización (en 2014 la inversión creció un 10,5% frente al 19,8 % de 2013).
Ahora, entre el 11 y el 13 de agosto, el gobierno chino ha devaluado tres veces
el yuan hasta completar una caída del 4,6% respecto al dólar. En apenas dos semanas
la cotización de la bolsa de Shangai se ha desplomado un 26,9%, arrastrando a la caída de los principales
índices: 12,3% el Dow Jones (EEUU), 16,3% el Euro Stoxx y 13,7% el Ibex 35 (sólo ésta supone una descapitalización de
90.000 millones de euros, un 9% del PIB español).
Con la devaluación, el
gobierno chino trata de responder a la caída de las exportaciones. Es decir,
recuperar competitividad por la vía de deteriorar el poder de compra. Se revela
así, una vez más, la fragilidad de la
orientación económica de la burocracia china, presidida por su subordinación al
imperialismo estadounidense.
En efecto, es una falacia
que determinados indicadores muestren que China puede relevar a EEUU como
potencia dominante. En primer lugar, porque son engañosos si se omite el factor
demográfico: el PIB chino es apenas el 60% del estadounidense, a pesar de que
cuadruplica su población (la renta per cápita de EEUU es por tanto siete veces
mayor, 54.600 dólares frente a 7.600).
En segundo lugar porque la
economía china ocupa un lugar subordinado en la economía mundial, pese al
volumen de sus exportaciones y a ser el mayor tenedor de deuda pública de EEUU (1,27
billones de dólares).
Ambos fenómenos se encuadran
en una relación presidida por el dominio estadounidense de las principales claves políticas y militares
a escala mundial (por ejemplo, el gasto militar de EEUU supera el 40% del total).
La economía china ha crecido
mucho desde que en diciembre de 1978 el Comité Central del llamado Partido
Comunista Chino impusiera la “apertura externa”, iniciada en mayo siguiente con
la primera Zona Económica Especial en Chongqing.
Se estimuló la llegada masiva
de capital extranjero, atraído por el enorme grado de explotación laboral que
la burocracia china facilitaba. De modo que el crecimiento se asienta en una
gigantesca polarización social: el de Gini de desigualdad es un altísimo 0,47
(al nivel de las economías latinoamericanas), pero un estudio de la universidad
a el mayor mundial). Las contradicciones de esta orientación se expresan
asimismo en el aumento de la deuda, la especulación inmobiliaria y bursátil,
que ahora atraviesa las dificultades mencionadas.
Todo esto es el resultado de
que el Estado obrero, constituido con la revolución de 1949, nace ya
burocratizado, en la estela de la degeneración de la URSS desde que a
mediados-finales de los años veinte la camarilla estalinista se hiciera con el
control del partido y del Estado. Y esa orientación conduce inevitablemente a
la subordinación al imperialismo (significativamente, el gobierno chino se
congratuló públicamente de la contrarreforma laboral de Rajoy de 2012).
Incluso para evadir
capitales al exterior, familiares directos de los principales dirigentes chinos
recurren a las grandes agencias del capital financiero internacional, como PwC,
UBS, Crédit Suisse, Ernst&Young o Deloitte&Touche.
Finalmente, en tercer lugar
y sobre todo, no hay ninguna posibilidad de que ni China ni ninguna otra
economía releven a Estados Unidos para liderar un relanzamiento capitalista a
escala mundial, porque la debilidad estadounidense expresa el estado de crisis
crónica de la economía capitalista, como se manifiesta en la extensión de la destrucción
de fuerzas productivas y su principal consecuencia, que es el cuestionamiento
de las condiciones de vida de la población. En resumen, las sacudidas
económicas de las últimas semanas en China no son sino una expresión más de
dicha crisis crónica del capitalismo.
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