por: ALEJANDRO REBOSSIO
Buenos Aires 9 JUN 2015 el pais
Eran las 4.45 de la madrugada del martes cuando cinco coches de
tres puertas bloquearon la carretera Panamericana, la que une todo el
continente. Entonces unos 300 militantes de la izquierda trotskista de este
país sudamericano se subieron a la autopista y montaron allí un piquete a 23
kilómetros de Buenos Aires. Los cinco carriles de ingreso a la capital
argentina quedaron frenados por estudiantes de psicología y ciencias sociales,
docentes de escuela secundaria, entre otros.
Los cinco de salida fueron
tomados por obreros de fábricas de alimentos, componentes de coches y
aeropuertos. Se trataba de uno de los ocho piquetes que el ascedente trotskimo
argentino y otras organizaciones sociales opuestas al kirchnerismo armaron
alrededor de Buenos Aires para impedir la llegada de trabajadores a oficinas y
plantas y para asegurar así el éxito de la huelga
general convocada por tres
centrales sindicales.
Los seguidores de León Trotsky, que ha tenido
su influencia en Francia, Bolivia o Chile, nunca antes habían contado con
tantos representantes legislativos en Argentina como ahora. Suman aquí tres
diputados nacionales, además de 16 parlamentarios locales en las provincias de
Salta, Mendoza, Santiago del Estero, Neuquén, Córdoba y Buenos Aires y en la
capital argentina.
“En Argentina tuvimos en 2001 una crisis que
fue la mayor que se conoce del capitalismo, en el sentido de la metástasis que
produjo, y se creó una nueva conciencia política en la juventud”, explica uno
de los candidatos presidenciales para las primarias de agosto próximo en el
Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), Jorge Altamira, de 73 años y una
larga trayectoria en el Partido Obrero. “El kirchnerismo es una respuesta a esa
crisis.
Usa un discurso
izquierdista y algunas medidas para captar a los jóvenes, pero nosotros
logramos evitar la cooptación. Descubrimos los límites del gobierno popular.
Cada vez que había una lucha, nos pusimos a la cabeza. Desde 2001 nadie nos
pudo desplazar del ámbito universitario. Lo mismo ocurrió con los docentes.
Mantuvimos nuestra influencia en los sindicatos”, recuerda Altamira la
trayectoria de décadas de trotkistas en el poderoso
mundo sindical de Argentina en el
que domina el peronismo desde hace 70 años. En las próximas elecciones
presidenciales de octubre, el FIT aspira a convertirse en la tercera fuerza
política, detrás del peronismo kirchnerista y de una coalición de
centroderecha, pero para ello deberá pelear con peronistas opositores y
progresistas.
Nunca antes la izquierda
radical de Argentina tuvo tantos diputados y aspira a ser la tercera fuerza
Los estudiantes y obreros trotskistas que
cortaban este martes la autopista Panamericana en la quinta huelga general
contra el Gobierno de la peronista Cristina Fernández de Kirchner cantaban
contra las tres centrales sindicales opositoras que organizaron la huelga.
Dominadas también por peronistas y otras fuerzas de izquierdas, los 'troskos'
los tachaban de “burócratas” al ritmo de bombos y redoblantes. “Después de 2001
comenzaron a surgir delegados (sindicales) combativos que planteaban que en sus
fábricas debía haber asambleas, algo que la burocracia sindical argentina no
hacía”, explicaba Juan Carlos Cabana, empleado de la fabricante británica de
golosinas Cadbury y militante de otro partido del FIT, el de los Trabadores
Socialistas. Cabana sostenía una de las tantas banderas partidarias, sindicales
y universitarias en el piquete.
Centenares de coches debían desviarse de la
autopista por calles alternativas, mientras Andrea, profesora de secundaria,
pisaba el asfalto de la autopista. “El kirchnerismo puso en funcionamiento la
estructura económica del país, con la sustitución de importaciones, pero no
reconstituyó las relaciones con las bases sindicales. La izquierda fue haciendo
un trabajo de hormiga porque somos realmente trabajadores. Este paro general
pone en discusión muchas cosas, no solo el impuesto a las ganancias (renta),
que es donde focalizan los medios y la burguesía, sino también la precarización laboral”, comenta Andrea en un
país con un índice de paro del 7,1%, uno de los cuatro más altos de
Latinoamérica, y un 46% de empleados y autónomos en la informalidad.
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