Luís
Salas Rodriguez
El pasado 1º de mayo el
presidente Maduro decretó un aumento del 30% del salario mínimo. He de destacar
que mientras en el resto del mundo los trabajadores salieron a protestar para
exigir lo mismo, aquí se ha convertido en los últimos 15 años en una práctica que
se da por hecho, siendo la discusión si es mucho o poco o si alcanza o no.
Como quiera, lo cierto
es que inmediatamente los “expertos” y otros voceros de la variopinta fauna
oposicionista empezando por Jorge Roig -el pillo mayor de Fedecámaras- luego de
denunciar que tal aumento es insuficiente y hasta constituye una burla a los
trabajadores y trabajadoras asfixiados por la inflación, acto seguido y sin
inmutarse también denuncian lo contrario: que el populismo irresponsable del
régimen toma una medida autoritaria que termina generando más inflación, tanto
al inflar los costos de las empresas y comercios, como al poner más dinero en
manos de los trabajadores y trabajadoras, lo cual se traduce en un
recalentamiento de la economía por la vía del aumento desproporcionado del
poder adquisitivo. Los más refinados blanden el fantasma del aumento de la
liquidez y el circulante monetario, todo para decir que el aumento salarial no
debió darse, que “el modelo” fracasó y que Maduro por tanto debe irse, etc.
Este es un tema muy
importante. No solo por las razones obvias de afectación de la mayoría de la
población que vive de sus ingresos salariales. Sino además y sobre todo en la
medida en que los comerciantes y empresarios -en efecto- traducen el aumento
salarial en un inmediato aumento de precios de 30% y más para “compensarlo”, se
emprende por las más diversa vías una satanización de los aumentos de salario y
hasta de los salarios en sí mismos. Tan abrumadora ha llegado a ser esta
satanización -terrorista, en el sentido duro del término- que entre algunos
trabajadores y trabajadoras cala la idea de que el que les aumenten el salario
o tener un poder adquisitivo es malo, idea que se termina expandiendo a otros
derechos y conquistas como la inamovilidad laboral o la seguridad social.
Lo primero que queda
meridianamente claro en este razonamiento es que para los “expertos” económicos
de la derecha, no solo los salarios “altos” y los aumento de salarios son
siempre la causa de todos los problemas económicos, sino que además los
trabajadores y trabajadoras al organizarse y exigir mejores ingresos para tener
un mejor nivel de vida, posibilidad de ahorrar o que simplemente no los
sobreexploten, están actuando en contra de ellos mismos, dando origen a la
plaga inflacionaria que los castigará por su falta de criterio e ignorancia de
las sagradas leyes del mercado.
Es por esta razón que
tanta gente siente que para los economistas y sus patrones la miseria es el precio
que la mayoría debe pagar para que los mercados no se desequilibren. Lo que
plantea otro tema muy interesante: ¿y cuándo es entonces el momento para que
desde el punto de vista de dichos expertos los trabajadores y trabajadoras
mejoremos nuestra pedazo en la repartición de la riqueza social? Si cuando se
presentan fases expansivas no podemos porque recalentamos la economía desatando
el diablo inflacionario y la escasez, pero en las regresivas tampoco porque son
los momentos en que hay que ajustarse el cinturón y recortar gastos, entonces
está visto que tenemos que resignarnos a la idea a que esa momento será tan
lejos como nunca.
Lo otro sobre lo que hay
que llamar la atención en toda esta retórica “explicativa” sobre las causas y
responsabilidades de la inflación, es que las ganancias empresariales y
comerciales quedan convenientemente ocultas bajo la alfombra. Y es que está
visto sobre este tema los sabios de la economía convencional guardan el mismo
silencio profundo que Adam Smith –nada menos que el padre de la economía
política burguesa – denunciaba de los comerciantes y fabricantes.
¿Son los salarios los
que hacen subir los precios?
Imaginemos una empresa en
la que trabajan diez trabajadores. Supongamos, para facilitar las cosas, que
cada uno de ellos gana un salario mensual de Bs. 1.000, que es el mínimo legal.
Pero entonces se decreta un aumento de 30%, pasando cada uno a ganar Bs. 1.300.
Eso significa que al patrón o patrona de dicha empresa le aumentará la nómina
de pago 30%, pasando de Bs. 10.000 a Bs. 13.000 mensuales.
Ahora bien, supongamos
que esa empresa produce zapatos. Y que cada zapato tiene –para ser muy, muy
conservadores- un precio de Bs. 100. ¿Se supone entonces que el precio de los
zapatos debe aumentar 30% para cubrir el aumento de 30% del costo de la nómina?
Pues no.
Supongamos que la
empresa vende 500 pares de zapatos mensuales. Si cada par tiene como dijimos un
precio de Bs. 100, a la empresa le ingresan Bs. 50.000 al mes. Si tomamos como
referencia la actual ley de Precios Justos, bajo la cual es de esperarse que el
comerciante transforme el “hasta 30%” de ganancia en un directo 30%, inferimos
que de esos Bs. 50.000 por concepto de venta el patrono viene apropiándose como
ganancia de Bs. 15.000.
De entre los restantes
Bs. 35.000 de costos de producción, recordemos que la mano de obra antes del
aumento equivalía a Bs. 10.000, lo cual -dicho sea de pasada- es mucho
comparado con la realidad de las estructuras de costos de nuestras empresas y
negocios, cuyo peso de la mano de obra sobre los costos raramente suele superar
el 20%. Pero en fin, el asunto es que para “cubrir” el aumento del 30% de la
nómina el patrono decidió aumentar en 30% el precio de sus zapatos, pasando a
costar al público Bs. 130. De tal suerte, suponiendo que no varíe la cantidad
de zapatos que vende mensualmente, los ingresos de la empresa pasarán
automáticamente Bs. 65.000 mensuales a Bs.
En este punto debemos
volver al inicio de nuestra contabilidad, recordando que nuestra hipotética
empresa tiene 10 trabajadores, cada uno de los cuales en razón del 30% del
aumento pasó a ganar Bs. 300 adicionales mensualmente. Esos Bs. 300 adicionales
sumados se transformaron en un aumento de Bs 3.000 del costo por concepto de
mano de obra para un total de Bs. 13.000 para el patrón, quien para cubrirlos
decidió aumentar los precios en 30%. Sin embargo, ese 30% de aumento en el
precio de los zapatos reportaron ingresos adicionales a la empresa por Bs.
15.000, esto es -suponiendo que no me haya equivocado entre tanta cuenta-
Bs. 12.000 por encima del costo adicionado por el aumento de 30% a la nómina.
Lo cual quiere decir que con el aumento del 30% en el precio de sus zapatos, el
patrón no solo cubrió el aumento salarial, sino además obtuvo ganancias
extraordinarias cuatro veces por encima de la “pérdida” que le representaba el
aumento salarial.
Un argumento
inmediatamente esgrimido por cualquier “experto” o por el propio patrón de
nuestra fábrica para justificar el aumento del 30% en el precio de su producto,
será que el aumento salarial no lo impacta solo por la vía directa de su mano
de obra, sino por la indirecta de la mano de obra de sus proveedores. Es decir,
el 30% del aumento salarial aumenta en 30% el costo de la mano de obra, pero
también aumenta en la misma proporción el costo de la mano de obra de otros
comerciantes a los cuales compra insumos o paga servicios, y por tanto debe
cargarlo. También dirá desde luego que las cosas que él en cuanto persona
consumen también subieron. Eso puede ser cierto. Sin embargo, también lo es que
en realidad lo único que ha variado es la escala del problema, en la medida en
que pasamos de la consideración de un productor-comerciante a la de todos los
productores-comerciantes juntos.
Así las cosas, como
acabamos de ver, el argumento de la gran mayoría de los comerciantes de elevar
los precios en la misma proporción porcentual en que aumentan los salarios es
falaz. Pero en realidad, más que falaz, es premeditadamente falaz, esgrimido
tanto para hacer que los trabajadores en cuanto conjunto y como clase paguen
sus propios aumentos como para -de paso- asaltarle todavía más los bolsillos en
el mismo movimiento. Y es que en efecto, el aumento salarial no solo queda
automáticamente diluido por la respuesta patronal sino que, de hecho, ésta
última hace retroceder al trabajador en la repartición de la riqueza social.
¿Sirve esto último para
darle la razón entonces a quienes aseguran que no son buenos los aumentos
salariales o que no tienen sentido porque estos hacen automáticamente subir los
precios? Por supuesto que no. Pues ese “razonamiento” más que una explicación
es una justificación, un blanqueo pseudo-teórico y pseudo-contable de la
posición de ventaja que los comerciantes-patronos tienen y ejercen sobre los
trabajadores-consumidores. Y en las condiciones venezolanas de guerra
económica, un mecanismo para ejercer terrorismo psicológico y político contra
los trabajadores y trabajadoras así como de chantajear al Estado.
Por último, aunque no
menos importante, termina también resultando cierto que los comerciantes y
empresarios pequeños y medianos que se suman a estas prácticas, al conspirar
económicamente contra el país y los asalariados-consumidores, terminan
conspirando económicamente contra sí mismos. Y es que no solo está claro que la
carrera especulativa en la cual se involucran la van finalmente a perder frente
a los oligopolios y monopolios -por más que hagan ganancias extraordinarias y
rápidas en lo inmediato-, sino que al correr contra el salario y ayudar a
deprimirlo están deprimiendo la fuente sobre la cual se sostiene su actividad,
en la medida en que sus bienes y servicios solo se pueden vender si hay
salarios que puedan comprarlos. Lo que la mentalidad de pulpero que habita en
muchos comerciantes no les permite ver es precisamente eso: que pagar salarios
pobres y “baratos” termina resultándoles más caro que pagar buenos salarios.
Que lo que se ahorran abaratando la mano de obra o subiendo los precios, lo
padecen deprimiendo el consumo. Es una experiencia que ya vivieron en los 90,
pero que al parecer muchos ya olvidaron. Pero los que no la olvidaron y la
tienen muy clara son los promotores de la guerra económica, quienes
embaucándolos en una comunidad de intereses que no es tal, azuzando sus
temores, prejuicios y miopías de “clase”, los utilizan como avanzada para
desmantelar una política de inclusión y democratización socioeconómica de la
que se han beneficiado tanto como los trabajadores que tanto desprecian y temen.
En fin, y ahora sí para
terminar, el llamado es a los trabajadores y trabajadoras, quienes en la esfera
del consumo debemos replicar la política de defensa de derechos económicos y
sociales, la defensa del salario y la no explotación que hemos sabido
conquistar en la esfera del trabajo. Siempre, pero particularmente en este
momento, en nuestro país al revés de lo dicho por Marx, el secreto de la
explotación no hay que buscarlo -o no tan solo- en la esfera oculta de la
producción. Para develar este secreto, para descubrir la fuente de las más
extraordinarias fuentes de ganancia que se hacen a costillas nuestras y
combatirla, debemos por el contrario subir a la ruidosa esfera del mercado
donde están los comerciantes poseedores del dinero y del trabajo y por tanto de
las mercancías y los servicios que circulan a precios cada vez más
especulativos.
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