por
Alejandra Rodríguez Álvarez
Caracas.- Frank es taxista. Tiene cuatro años al volante y
trabaja de lunes a viernes de 6:00 am a 6:00 pm. Cuando la lluvia y las colas
entorpecen su jornada laboral gana alrededor de 800 bolívares diarios (más de
20 mil bolívares mensuales), pero en los días soleados y de tráfico ligero sus
ingresos rondan los 1.200 (30 mil bolívares mensuales).
Pocos profesionales recién graduados
ganarían, si consiguieran empleo al culminar sus estudios, lo que gana Frank en
un mes. Sin embargo, muchos venezolanos van a la universidad aún sabiendo que
el título que obtendrán no les garantizará, necesariamente, mejores condiciones
de vida en un corto o mediano plazo.
En Venezuela la matrícula universitaria era en 2012
de 2.503.296 estudiantes: la quinta más alta del mundo. Del total de universitarios,
1.921.438 cursaban estudios en instituciones no privadas y 581.858 en privadas.
No hay más datos oficiales. Se desconoce, entre otras cosas, qué cantidad de
matriculados se están profesionalizando a través de las misiones educativas y
cuántos a través del sistema de enseñanza regular.
Misterio tras misterio
Desde 2004, cuando la Oficina de Planificación del
Sector Universitario (Opsu) dejó de publicar boletines, también es un misterio
cuántos estudiantes ingresan y egresan de los centros de educación superior del
país anualmente. No se sabe tampoco qué cantidad estudia carreras cortas (3
años) y qué número largas (5 años). Lo que sí se sabe es que cada año la cifra
de matriculados es mayor.
La falta de cifras imposibilita hacer ciertas
mediciones: no hay datos suficientes para saber cuántos de los profesionales
que egresan cada año se incorporan a la economía formal y cuántos terminan
ejerciendo en el sector informal u oficios diferentes a los
estudiados.
El Instituto Nacional de Estadística (INE) estimó
en 2013 que en Venezuela 40% de la población ocupada trabaja en el sector
informal. Pero la secretaria general de la Federación Unitaria de Trabajadores
no Dependientes, Blanca Llerena, asegura que el número de personas involucradas
en actividades económicas informales supera el 60% y que entre 30 y 35% son
profesionales.
“La mitad de los desempleados en el país son
personas menores de 35 años y la mayoría tiene título universitario”, añade la
socióloga e investigadora del Centro de Estudios del Desarrollo de la
Universidad Central de Venezuela (UCV), Anabel Mundó.
Aunque los indicadores tradicionales sobre
ocupación (tasa de actividad, de informalidad y de desempleo) han mejorado en
la última década.
La profesora de la Universidad Católica
Andrés Bello (Ucab), Genny Zúñiga afirma que los datos del índice de
precariedad laboral sugieren que entre los años 1997 y 2008 la calidad
desmejoró, “en esos diez años la cantidad de trabajadores con un empleo
precario creció casi en 61%”, señala en su libro “La precariedad del empleo en
Venezuela: una clave para la superación de la pobreza, publicado en
2011”.
El coordinador de la Memoria Educativa Venezolana y
director del Cendes, Luis Bravo, cree que el gobierno le adeuda al sector universitario
cifras consolidadas que permitan hacer análisis y proyecciones.
El secretario de la UCV, Amalio Belmonte, admite
que tampoco maneja estadísticas y advierte que “ya se está sintiendo en el país
que la formación universitaria no garantiza que los jóvenes venezolanos se
puedan realizar profesionalmente”.
Nexos rotos
Marco es ingeniero en Mantenimiento de Obras.
Obtuvo su título el año pasado, pero aún no consigue empleo. Así que está
trabajando por cuenta propia. Hace carpintería y le va bien,
asegura.
“Tengo muchos compañeros que se graduaron y están
ganado 4 mil bolívares”. A él ese monto no le alcanza, tiene una hija a su
cargo. “Mientras no consiga una oferta atractiva prefiero trabajar por mi
cuenta”, afirma.
Confiesa que cuando empezó a estudiar pensaba que
al culminar su carrera la situación del país habría mejorado y tendría
posibilidades de conseguir un buen empleo y hasta elevar su calidad de vida,
pero no fue así.
Algo se rompió. “El vínculo: egreso de la
universidad-ingreso al campo laboral ya no es tan expedito como en el pasado”,
dice Belmonte.
Eso le ha restado peso social a la universidad como
institución, y en la medida en que la educación superior no ejerce la función
de facilitar el ingreso al mundo profesional los jóvenes se desencantan,
pierden confianza en lo que la universidad puede ofrecerles, añade
Bravo.
Mundó asegura que no es la universidad la que ha
fallado, sino el sistema económico: “El que no se mueve es el sector económico.
El que no demanda es el sector económico. Tenemos un sector económico estancado
y cuyas prioridades no son generar puestos de trabajo en el país”. Los jóvenes
ya advierten que la formación recibida en las aulas no les será suficiente,
añade Belmonte. Como el nexo entre la universidad y el mercado laboral está
quebrado, la educación superior ya no es el mecanismo de ascenso social más
efectivo.
Universoducto
Bravo cree además que las políticas educativas del
Estado también han favorecido el debilitamiento de la
universidad.
“El parasistema educativo (misiones) ha debilitado
al regular”, asegura. Porque, para el especialista, buena parte de la fortaleza
de la universidad radicaba en la competencia interinstitucional que ahora se ha
visto menguada.
Aunque a estas alturas muchos jóvenes saben que
insertarse en el sistema de educación superior no es seguridad absoluta de un
buen empleo y, mucho menos, de un buen salario, no abandonan las aulas
universitarias porque en el país no hay más opción que ir a la universidad para
quien quiere ascender socialmente, coinciden los expertos.
Pero aún si los venezolanos estuviesen dejando el
sistema educativo superior no sería posible saberlo porque no hay cifras de la
deserción universitaria, salvo un informe elaborado por la Universidad Central
de Venezuela (UCV) en 2010 que reveló que poco más de 49% de los estudiantes
que ingresan a ese recinto desertan, en principio, porque no se sienten a gusto
con la carrera seleccionada.
“Si tuviésemos una economía en crecimiento absorbiendo
gente, las personas se preguntarían: ¿voy a la universidad o trabajo? Pero es
que aquí no hay chance. Hay un universoducto porque no hay otra opción”, dice
Bravo.
“La formación universitaria no va a dejar de
tener un valor como posibilidad de ascenso social porque no hay vía
alternativa. La cosa está fregada, pero la universidad sigue siendo la vía. A
eso se debe el crecimiento de la matricula universitaria”, lo secunda el
director del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad
Católica Andrés Bello, Luis Pedro España.
Urge un cambio
Mundó es un poco más optimista. Aunque reconoce que
la situación no es favorable, cree que los jóvenes tienen muchas esperanzas de
que la situación cambie y por eso van a la universidad.
Advierte que si el sistema económico venezolano no
repunta pronto, podría ser más bien la universidad la que le cierre las puertas
a quienes desean profesionalizarse.
Hay además otro factor que impide que los
bachilleres descarten la idea de ingresar a la universidad. Bravo considera que
el venezolano promedio crece con el pensamiento de que el título universitario
le permitirá ser alguien en la vida. “En la genética de la venezolanidad está
la idea del título.
Todos los venezolanos queremos tener un titulado,
un título de algo. Eso siempre ha sido así y viene de la tradición europea de
la titulocracia”, detalla.
“Hay una cosa que es verdad en todo el mundo: más
posibilidades de conseguir un buen trabajo en el sistema productivo formal y
hacer una carrera profesional consolidada tiene una persona con carrera
universitaria que la que no la tiene”, añade Mundó.
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