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Declaración del Secretariado Internacional de la IV Internacional


Por: Prensa C.T.J…. Maracaibo 19-01-2021

15 de enero de 2021 

En el Capitolio, conocido como «templo de la democracia estadounidense», en la capital federal de los Estados Unidos, Washington, el 6 de enero de 2021 un asalto golpista dejó cinco muertos, entre ellos un policía.

Se reunieron decenas de miles de manifestantes, convocados por Trump, procedentes de todo el país, para oponerse a que el Congreso certificase la elección de Biden. Esos electores de Trump son en muchos casos parados, obreros desclasados y miembros de la pequeña burguesía pauperizada, desesperados e indignados contra las «élites» de Washington.

Trump tomó la palabra, denunciando el resultado de las elecciones, pero también a sus amigos republicanos a los que acusó de traición, llamando a los manifestantes a acudir el Capitolio. Solo una parte de los manifestantes fueron al Capitolio. Varios centenares de ellos, supremacistas blancos, complotistas de Qanon, milicianos de extrema derecha, desbordando a la policía, y con algunas complicidades, entraron por la fuerza dentro del edificio, irrumpiendo en plena sesión del Congreso y obligando a los senadores y diputados a abandonar el Capitolio. El pánico se ha apoderado de todas las altas instancias dirigentes de los Estados Unidos. Todos temen que esto pueda desembocar en el caos.

Biden denunció una «insurrección», pero Pence, el vicepresidente de Trump, también denunció esta acción, como lo hicieron muchos parlamentarios republicanos, entre ellos el jefe de los senadores o Cruz, jefe de la minoría radical republicana.

En un hecho histórico, la Asociación de Empresarios, que agrupa a las mayores empresas estadounidenses, conminó inmediatamente «al presidente y a las autoridades a poner fin al caos y a facilitar una transición pacífica». La víspera, diez exresponsables del Pentágono, republicanos y demócratas, entre ellos Dick Cheney, vicepresidente de Bush, y Donald Rumsfeld, el hombre de la guerra del Golfo, llamaban conjuntamente al Congreso a certificar la victoria de Biden. 170 de los más grandes patronos estadounidenses hacían lo mismo.

Tras una interrupción de seis horas, el Congreso certificó con urgencia la victoria de Biden. En su declaración, Biden llamó a la unidad. Tendió la mano a los republicanos. El 7 de enero, Trump tuvo que denunciar los actos violentos, reconociendo su derrota, y aseguró que participaría en la transición pacífica con la nueva administración. 

El terror se apodera de los dirigentes de los Estados Unidos ante el salto a lo desconocido

 La fractura, que viene de lejos y se reveló abiertamente en la elección de Trump, se ahonda incesantemente. En 2016, Trump fue elegido porque una fracción del electorado obrero, que votaba demócrata en los Estados desindustrializados del «cinturón oxidado», votó a Trump como rechazo de todas las «élites» de Washington, pero también contra la dirección de AFL-CIO que ha acompañado las deslocalizaciones y cierres de fábricas. ¡Desde 1980 se ha destruido en los Estados Unidos un tercio de los empleos industriales!

Hay crisis a todos los niveles. Hay crisis de la clase dominante estadounidense. El Partido Demócrata se había dividido ya en las primarias con la candidatura de Sanders, y ahora al cuestionar su «izquierda» la política de Biden, que busca un acuerdo con los republicanos. Los que votaron a Biden, lo hicieron para echar a Trump, y mañana se verán confrontados a las medidas que adopte Biden. Ya ha indicado, por ejemplo, que no era favorable a la Seguridad Social pública para todos.

El Partido Republicano sale desgarrado de lo sucedido el 6 de enero en el Capitolio. Está en vías de implosión, con la proliferación en su seno de fracciones vigorosamente enfrentadas. Están en crisis el Estado y las instituciones estadounidenses, y especialmente está herido de muerte el bipartidismo, forma clásica de la dominación política estadounidense.

Crisis democrática y social

En 2020, tras la muerte de George Floyd, surgieron con furia las movilizaciones históricas de negros, latinos, amplias fracciones de sindicalistas. No es la repetición de las grandes marchas de los años 60. Evidentemente, estas movilizaciones se levantan contra el racismo institucional, pero también abarcan todos los problemas de la sociedad norteamericana: la pobreza, la precariedad, el paro, la ausencia de seguridad social... Esas movilizaciones se produjeron en oposición a las cúpulas de la AFL-CIO, comprometidas en el apoyo a Biden, mientras que muchos sindicatos y sindicalistas estaban presentes como tales en ellas. Esas movilizaciones en los Estados Unidos son una expresión concentrada de toda la situación mundial, y ponen de nuevo en el centro el lugar del proletariado estadounidense en la lucha contra el imperialismo.

Ya que el origen de esta crisis mundial es, ante todo y sobre todo, la crisis de todo el sistema imperialista, que se concentra en los Estados Unidos.  Éstos son víctima de la dominación que ejercen en solitario a escala mundial. La producción masiva y artificial del dólar como moneda mundial de reserva, sin relación con la producción de riquezas –la industria en los Estados Unidos está siendo desmantelada–, subraya el carácter parasitario de toda la economía mundial.

El déficit comercial estadounidense aumenta, trasladando a todos los demás países el peso de su deuda, agravando los desequilibrios mundiales. Y a fin de cuentas, tiene al imperialismo norteameri­cano con la soga al cuello. Éste no encuentra otra vía de escape que atacar a todos los países, en particular a China y a Europa, mediante una brutal guerra comercial, para obligar a sus competidores a reequilibrar los intercambios a su favor y abrir los mercados a sus capitales. Pero así, quiéralo o no, continúa desertificando el tejido industrial en los propios Estados Unidos, y dejando en la calle a millones de trabajadores.

Los trust, en la guerra de competencia que libran entre ellos en la arena mundial, pisotean alegremente a los Estados nacionales. La función de éstos ya solo es garantizar el mantenimiento del «orden» y entregar cientos de miles de millones a los representantes de los monopolios para ayudarles a reestructurar sus cadenas de valor. Por eso el proteccionismo de Trump no era más que una ilusión utópica. Y Biden, mañana, estará confrontado al mismo problema.

 Ya que el capital busca permanentemente valorizarse, y en la fase de su agonía, lo hace principalmente en la especulación, los capitales ficticios, y no en la producción de riqueza. No hay capitalismo bueno y malo. El capitalismo, en la época del imperialismo, es el parasitismo. Tal es la base de la crisis fundamental en Estados Unidos y en el mundo.   

Una crisis mundial

Esta situación de crisis en los Estados Unidos no es norteamericana sino mundial, dado el lugar que ocupa el imperialismo estadounidense. Todas las cúpulas y todos los gobiernos a escala mundial son presa del pánico, y están ellos mismos en crisis, porque está en juego el lugar del imperialismo dominante, y por lo tanto, el «orden» mundial (lo cual no significa la desaparición de los imperialismos europeos, aunque moribundos y sometidos al imperialismo norteamericano). Este pánico se ha agravado seriamente por lo que se esboza en los Estados Unidos: la polarización con las milicias de extrema derecha, por un lado, y, por otro, la irrupción masiva de manifestaciones de jóvenes blancos, negros, latinos, sindicalistas.

No olvidemos que en 2019 se desarrolló una ola revolucionaria en el planeta. De Argelia a Chile, pasando por Líbano, Ecuador, Hong Kong, los trabajadores y los pueblos –y en especial la juventud– se levantan por su supervivencia contra los regímenes sometidos al imperialismo, diciéndoles: «¡Fuera! ¡Fuera todos!» Ese mismo rechazo ha empezado a expresarse en las movilizaciones en Europa.

Instrumentalizando la pandemia, el cierre de escuelas y universidades en particular se ha convertido en una palanca del imperialismo para bloquear toda perspectiva a la juventud. El lock out económico ha sido la señal de una política de liquidación generalizada de todos los derechos adquiridos, impactando de lleno en la juventud con la prohibición de estudiar, de trabajar, de vivir. Surgido de lo más hondo, el inmenso levantamiento de los Estados Unidos –encabezado por los jóvenes, al grito de «I can’t breathe» (No puedo respirar)–, ha unido a toda la juventud mundial. Y, ahora, las movilizaciones de jóvenes que se rebelan contra este estado de cosas –en cuanto se producen– son interpretadas con razón por los gobiernos como una amenaza para el orden represivo y la opresión. 

 Esta crisis en Estados Unidos surge de manera brutal, cuando la humanidad está ya confrontada a una situación difícil y compleja. En 2020, una pandemia golpea al mundo: cerca de 2 millones de muertos, 85 millones de personas contagiadas, un pesado tributo pagado sobre todo por los más pobres, los más precarios que viven en malas condiciones higiénicas y sanitarias, mientras que los hospitales han sufrido recortes drásticos en todos los países del mundo y están desbordados.  

La pandemia no es la causa de la crisis que está viviendo la humanidad

La pandemia es una expresión de la crisis de descomposición del capital en la época del imperialismo. Cuando el desarrollo de la técnica y la ciencia abre la posibilidad de satisfacer las necesidades de toda la humanidad, el capital se afirma ante los ojos de miles de millones de hombres y mujeres como un obstáculo a cualquier desarrollo de las fuerzas productivas y de progreso, y como organizador de la destrucción de las fuerzas productivas de la humanidad, del desarrollo de fuerzas destructivas, del parasitismo, en una palabra, ¡de la putrefacción!

Resulta ilustrativo que la industria de armamento –es decir, las fuerzas de destrucción– sea uno de los principales motores de arrastre de la economía capitalista. El montante de los gastos de armamento en 2019 se acercó a los 2 billones de dólares, un aumento de casi el 4% respecto de 2018. Señalemos que Estados Unidos representa el 40% de esos gastos militares. El imperialismo es el militarismo y la guerra. Proliferan las guerras en todos los continentes y en particular en África, con la intervención de potencias imperialistas de manera directa o indirecta, golpeando a las poblaciones, mientras que se imponen brutales «sanciones» a países como Venezuela o Irán, asfixiando a los pueblos. Las intervenciones militares imperialistas, al igual que el saqueo organizado por los trust, dislocan las naciones y los Estados.

Para la IV Internacional, el capital es enteramente responsable de la actual situación y de las catastróficas consecuencias de la pandemia. Entiende que limitarse a reprochar a los gobiernos que hayan mostrado negligencia o mala gestión, o no hayan tomado las medidas correctas, o no hayan hecho bastante... es obviar un hecho fundamental: la política de todos los gobiernos, a escala planetaria, tenía un único objetivo: preservar los intereses del capital financiero machacando el valor de la fuerza de trabajo, de la que los sistemas sanitarios son parte integrante.

Ante la cólera que ruge a escala internacional, los gobiernos, presa del pánico, han instrumentalizado la pandemia para intentar aterrorizar a los pueblos, silenciarlos, para imponer sus contrarreformas destructivas que atacan lo que llaman el «coste del trabajo», para intentar aplastar a los trabajadores y a la población laboriosa, dejando en la calle a cientos de millones de trabajadores y jóvenes a escala mundial. Entregan cientos de miles de millones a los representantes de los monopolios imperialistas para ayudarlos a concentrarse, en detrimento del tejido de las pequeñas y medianas empresas. Quieren acabar con el mundo posterior a 1945, en el cual en todos los continentes las masas explotadas y los pueblos obtuvieron derechos y conquistas con su combate revolucionario. Hoy necesitan destruir todas esas conquistas, para aplastar la fuerza de trabajo e intentar restaurar la tasa de ganancia.

En nombre de la recuperación económica y de la emergencia sanitaria, los partidos que se reclaman de la «izquierda» aplican la misma política cuando están en el gobierno o la apoyan cuando están en la oposición. Particularmente en Europa, los «viejos partidos» que pretendían hablar en nombre de los trabajadores son rechazados, y en ciertos partidos de los países dominados, esta situación provoca crisis, resistencias, rupturas. Las cúpulas dirigentes de las confederaciones sindicales aceptan en muchos casos acompañar los planes gubernamentales, que cuestionan la existencia misma de las organizaciones sindicales, mientras que en su seno muchos militantes y responsables a todos los niveles quieren organizar la resistencia que se dirige contra los fundamentos del sistema imperialista de explotación y cuyo desarrollo plantea la cuestión del poder. En muchos países, los sindicatos de base, o sectores de los mismos, van más allá de las consignas de las direcciones burocráticas para participar en el combate de clase, intentando preservar así sus amenazadas organizaciones.

 

El capital es responsable

A los ojos de un número creciente de trabajadores, militantes y pueblos de todos los continentes:

El capital es responsable de las guerras en todos los rincones del globo –y del desarrollo del terrorismo alimentado por el imperialismo– que arrojan a los caminos del exilio a decenas de millones de seres humanos. 

El capital es responsable de la pauperización creciente de la humanidad: 2 800 millones de personas, casi la mitad de la población mundial, viven con menos de 2 euros al día. Más del 50% de ellos viven en África. 876 millones de seres humanos son analfabetos, 2/3 de ellos mujeres.

El capital es responsable del desarrollo de enfermedades para las que existe vacuna, como el sarampión. Esta enfermedad aumentó más del 50% entre 2016 y 2019. Este último año, 207 500 personas han muerto de sarampión, principalmente en África. 230 millones de personas están infectadas por el paludismo, que provoca la muerte de más de 400 000 persones cada año, el 85% en el África subsahariana, cuando existen tratamientos para esa enfermedad. En África Occidental, el virus Ébola ha matado a 15 000 personas.

El capital es responsable de la muerte en el trabajo de 2,3 millones de personas cada año, según cifras de la Organización Internacional del Trabajo.

El capital es responsable de la política destructiva que lleva largo tiempo golpeando al conjunto  de los continentes. La política de pillaje de los recursos naturales y endeudamiento ha dislocado numerosos países a escala mundial y particularmente en África, destruyendo los servicios sanitarios. En América Latina y el Caribe, el PIB en 2020 se redujo en casi un 8%, la mayor contracción en 120 años. En los países imperialistas, la población está impactada ya que ahora cae sobre ella la situación que antes había en los países oprimidos. En efecto, esta política ha golpeado también los servicios públicos y hospitalarios en los países capitalistas desarrollados, como lo atestigua el que en Francia –país antes reputado por su sistema sanitario– se hayan cerrado más de 100 000 camas en veinte años. En Alemania, en el mismo período, han cerrado 600 hospitales. Y hoy, en plena pandemia, esos gobiernos a sueldo del capital siguen cerrando camas y suprimiendo plazas en los hospitales.   

El capital es responsable de que 448 millones de niños sufran malnutrición y hambre. El hambre mata cada día a 25 000 personas, ¡9 millones al año! Contra el hambre existe una vacuna: el alimento. El capital es responsable de esta masacre de 9 millones de personas cada año, como atestigua el director del programa alimentario mundial de la ONU que teme «una pandemia de hambre más grave que la de la Covid-19», y anuncia el riesgo de que 270 millones de personas van hacia la hambruna. Añade: «270 millones de vecinos nuestros están hoy al borde del hambre. Por otra parte, hay 400 billones de dólares de riquezas en el mundo (...) y solo necesitamos 5 000 millones de dólares para salvar de la hambruna 30 millones de vidas.» Sin duda, pero lo que domina a escala mundial son las leyes del capital.

La ley del capital es aumentar las ganancias. Los 651 multimillonarios estadounidenses se han enriquecido más aún desde el inicio de la pandemia: su fortuna ha aumentado en 1 billón de dólares desde mediados de marzo. Según la organización Institute for Policy Studies, «su fortuna global superaba el 7 de diciembre los 4 billones de dólares, siendo el 18 de marzo 2,950 billones. Nunca antes había visto Norteamérica tal acumulación de riquezas en tan pocas manos.»

 

Tal es la realidad de la ley del capital. La Covid-19 y la pandemia no son responsables de esta masacre social y humana, sino el capital

La crisis en los Estados Unidos, con todas sus repercusiones mundiales, subraya una vez más el callejón sin salida al que arrastra a la humanidad el régimen de propiedad privada de los medios de producción: la barbarie.

La situación mundial, que se expresa en la crisis actual de los Estados Unidos, está marcada por una parte por la marcha hacia la barbarie que el capital engendra y, por otra, por la movilización de los trabajadores y los pueblos que quieren vivir y, para ello, emprenden el camino del combate para acabar con el sistema de opresión que los aplasta.

Para la IV Internacional, no hay tarea más urgente que propiciar la relación entre los militantes comprometidos en esa batalla, en primera línea en los Estados Unidos, con todos los que emprenden ese camino a escala mundial para que, en el momento de la acción, todos estén informados de la experiencia viva de cada uno.

La IV Internacional rechaza los llamamientos a la «unión nacional» abierta o enmascarada contra la pandemia y la crisis económica, llamamientos que lanzan los regímenes sometidos al capital. Ya que la sociedad, ayer igual que hoy, está dividida en clases sociales con intereses antagónicos, es decir, irreconciliables. La IV Internacional se sitúa en el terreno de la mayoría explotada contra la minoría explotadora. Para la IV Internacional el único camino es, pues, la independencia respecto de todos los regímenes sometidos al capital. Para la IV Internacional, las cosas están claras: ninguna confianza, ningún apoyo en forma alguna al estado de emergencia sanitaria.

Por ello, la IV Internacional y sus secciones pelean con otros militantes, organizaciones, corrientes, en organizar una fuerza política independiente que tenga por objetivo ayudar a los procesos de la lucha de clase a abrirse camino.

La IV Internacional no podría avalar los subterfugios –cualquier que sea el nombre con el que se disfracen– encaminados a lavar la cara al sistema capitalista, es decir, a prolongar su agonía. Por ello participa en el combate decidido de los trabajadores y los pueblos contra el capital y los regímenes a él sometidos.  

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