Venezuela: ¿Un nuevo Caracazo?
Por: Juan E. Romero J. 26/02/2016
En los últimos días, sobre
todo a partir del anuncio del presidente Nicolás Maduro, de la decisión de
aumentar el precio de venta de la gasolina en el país, se ha venido especulando
mucho sobre la posibilidad de repetición de una explosión social, de la
magnitud ocurrida en febrero de 1989. Cabe preguntarse ¿Qué de verdad tiene
esté planteamiento? ¿Están planteadas las condiciones para tales protestas? ¿Es
la misma circunstancia política y económica de entonces, repetida en el hoy?
Comenzamos por afirmar, que
si bien al realizar un análisis comparativo, en término de formas de
descontento y protestas, encontramos circunstancias similares, en cuanto a
desánimo, incertidumbre ante el futuro inmediato, estas similitudes pierden
alcance cuando analizamos las condiciones económicas bajo las cuales se
presentó la protesta popular en febrero de 1989. Sostenemos, que es esté el
elemento principal que permite indicar y señalar la diferencia entre 1989 y las
actuales circunstancias del país entre 2015-2016.
Veamos en detalle a lo que
nos referimos. Entre 1979 y 1989, el país entre en una década marcada por el
deterioro social. En ese período el PIB cayó 35%, de hecho contrasta el
promedio de 0,82% de crecimiento del PIB en el período 1981-1990, con el 2,02
de la década 1991-2000. El ingreso real promedio de los venezolanos disminuyó
un 59%, el número de hogares pobres se incrementó en un 156%, y el número de hogares
en situación de pobreza crítica en un 337%. El ingreso real cayó en un 63%. El
empleo informal había aumentado en más de 60%. Ese deterioro, era consecuencia
de un conjunto de procesos y acciones. Principalmente (y por eso los intentos
de establecer una analogía apretada con el hoy) debido a la disminución de los
ingresos petroleros, la decisión de dedicar casi la mitad de los disminuidos
ingresos petroleros al pago de la Deuda externa, la consecuente reducción del
gasto público, en materias de salud y educación, así como de subsidios. La
consecuencia, el incremento de las desigualdades y la exclusión y la
acumulación de frustraciones, anhelos y desesperanza, sin opciones políticas
claras, pues el sistema bipartidista, continuaba sumido en una lucha encarnizada,
que no priorizaba la atención de la calidad de vida del venezolano.
Al leer lo que escribo,
pudiera cualquiera decir que hay semejanzas preocupantes del ayer (1989) con el
hoy (2015-2016). Mi respuesta diría que sí, pero no. Sí, en cuanto a la caída
de los ingresos petroleros y el impacto que tiene sobre la actividad pública.
Sí, en cuanto a la dependencia de calorías y proteínas provenientes de la
importación alimentaria. No obstante, hay diferencias importantes en lo
relativo al accionar de la gestión de gobierno. Hay sin duda una similitud,
pues el precio del petróleo disminuyó, reduciendo la capacidad fiscal del
Estado para realizar gestión pública, pero – y ahí radica la diferencia- en el
hoy, la política del Estado ha insistido en la permanencia –con un gran
esfuerzo fiscal- de las políticas sociales relativas al sector alimentario,
salud, educación, trabajo, entre otros.
Hoy escuchamos a sectores
provenientes del área industrial agroalimentaria hablar que nunca antes
habíamos importado tanto, que en anteriores períodos la producción agrícola
abastecía las necesidades internas. Habría que mostrarles la relación
importación/exportación agrícola en el período 1990-1998. En 1990, se importó
756 millones US$ y se exportó 358. En 1991, la relación fue 1064/334 millones
US$. En 1992, 1290/371 millones US$. En 1993, 1319/430. Y así se mantiene una
tendencia hasta el día de hoy. Este dato, es significativo para demostrar que
la crisis alimentaria del mercado interno venezolano, no es una acción asignada
exclusivamente a las políticas económicas del proyecto Bolivariano (y esto no
significa que neguemos los errores cometidos en su diseño), sino que se
corresponde con el comportamiento rentista e improductivo de ese sector
agrícola productor (así como el industrial).
La diferencia esencial y que
explica la diferencia entre el clímax de la protesta ayer y la posibilidad real
que ocurra hoy, es el tema de la relación ingresos petroleros/pago de
deuda/reservas internacionales. Ayer, entre 1986-1989, como hoy 2015-2016, tienen
en común una abrupta caída de los precios del petróleo. La diferencia estriba
en el monto destinado al pago de la Deuda, que en 1983-1989 llegó a representar
casi el 50% de los ingresos, mientras que en el actual período 2013-2016 no
llega al 20%. Esa diferencia, se manifiesta en el mantenimiento de políticas de
gasto social en la actualidad y en la contención de un potencial foco
conflictivo. En lo que respecta a las reservas internacionales, el punto de
comparación es más extremo. Las reservas que en el año 1985 tuvieron un
aproximado que rondaba los 13.000 millones US$, bajaron a 9.000 millones US$ en
1987, y a 6.500 millones US$ en 1989. Entre 2011-2015, las reservas
internacionales no se han visto tan afectadas, a pesar de la creciente
inversión social realizada por el Gobierno. En 2011, fue de 28.000 millones
US$; en 2012 cerró casi en 29.000 millones US$, en 2013 se redujo a 21.000 US$,
2014 cerró en 22.077 millones US$ y en 2015, 16.358 millones US$.
Se puede decir, que en ambos
momentos la movilidad social y la protesta es elevada, pero como bien lo hemos
demostrado, la protesta social en el período 1989-1998 tuvo su expresión en el
impacto social y económico que produjo la política de ajuste neoliberal
(privatización, reducción del tamaño del Estado, aumento de servicios,
eliminación o reducción de programas sociales, entre otros), acumulando
frustración, rabia y marcó el despertar político de los sectores excluidos e
invisibilizados, por esas políticas neoliberales. Hoy, esos sectores están siendo
afectados, en conjunto con la clase media, por una sistemática política
enmarcada en acciones de Guerra psicológica, que desaparecen productos,
acapara, especula y produce presiones sociales, como bien lo ha demostrado el
detallado trabajo de la economista Pascualina Curcio (desabastecimiento e
inflación en Venezuela), buscando con ello impulsar un clima de protesta social
que desestabilice al actual Gobierno de Nicolás Maduro. En este aspecto, y como
último elemento de esta comparación, las protestas sociales y colectivas de
1989, no tuvieron una direccionalidad política, por parte de los actores
opositores del momento (los partidos de izquierda desde el MAS, Causa R, PCV
entre otros); al contrario de lo acontecido hoy (2014-2016), cuando los actores
opositores se encuentran detrás de la protesta (en términos de organización y
movilización).
Finalmente, nos lleva a
concluir, que las condiciones de explosión social que nos permiten entender el
estallido de febrero de 1989, tanto en términos económicos como sociales, están
bastante distantes de lo ocurre hoy, incluso con el impacto que genera una
inflación en el 2015 de 186%. A pesar, el mantenimiento de las políticas
sociales, luce como un factor de contención, aunque sin duda, el tiempo social
se le agota al Presidente Nicolás Maduro, sobre todo ante un colectivo-pueblo
que exige acciones efectivas y concretas. Es un punto de no retorno para el
proyecto bolivariano, formulado desde 1992. Se profundiza en la construcción de
la idea del buen vivir o se fracasa en el intento, abriendo la puerta a una
nueva oleada neoliberal, cuyo impacto es incalculable.
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