Entre especulaciones y
agoreros del final del chavismo
Aram
Aharonian
,
16/10/2015.- En unos 50 días se elegirán
los nuevos integrantes de la Asamblea nacional venezolana, con resultados por
demás inciertos y donde el país se apresta para la confrontación electoral
entre la metáfora opositora del desastre y la victoria perfecta que pregona el
oficialismo, en su consigna de consolidación del proceso bolivariano. Y
revolucionario, dicen.
Si
se intentara un análisis serio, se debiera partir de los datos de casi dos
decenas de comicios anteriores, desde las elecciones de 17 años atrás, cuando
Hugo Chávez accedió a la presidencia, las encuestas y sondeos de opinión, el
análisis de la capacidad de movilización del Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV) y de la Mesa de Unidad Democrática (MUD)…
No
se puede dejar de considerar la delicada situación económica del país, junto a
la escasez y las largas colas, lo que para los analistas extranjeros significa
un “previsible” voto castigo al gobierno de Nicolás Maduro, con una esperada
mayoría para la oposición. Pero es Venezuela, un país donde todos, bolivarianos
y antichavistas, extrañan el liderazgo de Hugo Chávez. El problema existe y hay
que reconocer la responsabilidad que le corresponde al gobierno, que prefiere
insistir con la “guerra económica” que, sin duda, no puede ser la única
culpable.
Y
como si todo fuera calmo en lo interno, el enemigo mayor quiere ayudar a la
desestabilización, promoviendo dos conflictos limítrofes, con Guyana –por el
territorio Esequibo- y con Colombia, por el contrabando y la exportación de sus
problemas internos, económicos pero sobre todo de seguridad: sicarios,
paramilitares.
Tibisay
Lucena, la presidenta del Consejo Nacional Electoral, advirtió que existe una
conspiración contra el organismo, una denuncia que se repite cada año en que
hay elecciones, y que no siempre surge de fuerzas interiores. Ahora fue el
secretario de Estado de EEUU, John Kerry, y vendrán otros más agresivos, señala
el director del diario Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel.
No
es nada divertido hacer filas hasta de ocho horas para poder conseguir comida o
medicamentos. Las colas son ordenadas y la escasez no solo se debe al
“bachaqueo” o contrabando hacia el otro lado de la frontera común de más de
2200 quilómetros. Escasean productos de precios regulados, y también todo lo
importado a tasa oficial. Los controles no han surtido efecto y la brecha
cambiaria es monumental. En la frontera con Colombia fueron detenidos 66
militares venezolanos, complicados en esas acciones delincuenciales que
continúan operando. Mientras, tres ataques sucesivos, en menos de una semana, a
instalaciones del Estado dejan en evidencia que se trata de planes de la
oposición radical que continuarán hasta el día de las elecciones. Y después.
La
metáfora del desastre
Es
esta Venezuela en campaña preelectoral, donde la oposición construye su
discurso y estrategia en torno a la metáfora del desastre, que se impone
gracias a su efecto persuasivo transversal a todo programa de televisión,
cobertura de diarios, portales o radios.
“Las
metáforas, en tanto elemento alegórico –explica la socióloga Maryclén
Stelling-, manifiestan algo que no necesariamente se dice explícitamente, pero
se intuye y se comprende gracias a la asociación de conceptos y vivencias”. Por
ello, palabras como deslave, terremoto, tsunami, tempestades, erosión, son
reinterpretadas asignándoles una nueva noción.
Ante
ello, incitan los think tanks, se impone la reconstrucción, recuperación,
reactivación, recogida de los escombros, el rescate y así solventar este
desastre. La oposición busca la solidaridad (el voto) en torno al desastre. El
último paso antes de dar el paso al frente… del abismo.
¿Una
victoria del gobierno o del pueblo?
Mientras,
el oficialismo insiste en “la victoria perfecta”, “la unión popular para
defender la patria (…) y despejar el camino”. Ese es el mensaje de Maduro: “No
hay victorias predestinadas, hay que constituirlas y luego disfrutarlas”.
“Necesitamos una gran victoria política (…) para despejar el camino” y asegurar
la paz del país.
Muchos
dirigentes del chavismo –en general alejados por el madurismo del gobierno-
destacan que ha disminuido, casi desapareciendo, la crítica y la autocrítica a
lo interno del proceso bolivariano.
“Estas
elecciones no se van a ganar por simple inercia porque el chavismo esté
presente, requiere una acción muy vigorosa, muy dinámica por parte del gobierno
y de las fuerzas políticas que acompañan al gobierno”, señala el ex canciller,
ex ministro de Energía, el exsecretario general de Unasur y actual embajador en
Cuba, Alí Rodríguez. Pero pareciera que es el silencio lo que más acompaña esa
inercia.
Por
eso hablan de una “victoria popular”, del poder popular que emerge de las
comunas donde se respira aún una conciencia sobre la necesidad de preservar los
innegables logros del chavismo, y no del gobierno ni de la maquinaria electoral
del alicaído Gran Polo Patriótico.
La
oposición asegura que van a ganar las parlamentarias (una forma de abrir el
paraguas –como lo vienen haciendo desde 2004- y denunciar que si no lo logran
es porque hubo fraude), y por ende, debería ante todo dar a conocer las
propuestas que elevarán como parte del Estado. Los medios que están de su lado,
por ejemplo, son contrarios a ajustes como el de la gasolina, se expresan
muchas veces a favor de Guyana y se muestran contrarios a los acuerdos de paz
en Colombia. ¿Será esa la línea del MUD en la Asamblea?
¿Fin
del chavismo?
Chávez,
junto a sus principales asesores creó un proyecto de país, que con el tiempo
derivó en un proyecto de sociedad más allá del capitalismo y logró ser
hegemónico por la fuerza de su liderazgo y su capacidad estratégica. Tras su
muerte se produce una ruptura en esa unidad interna, incluso dentro del
gabinete de Maduro, mientras arrecian las presiones desde la socialdemocracia
europea, en especial la francesa, los grandes grupos financieros trasnacionales
y desde el mismo Vaticano para terminar con la revolución chavista.
Y
así se suman informaciones contradictorias sobre la política económica el
presidente anuncia la necesidad de ajustar los precios de la gasolina, la
urgencia una revolución tributaria, el desarrollo los controles en los precios…
que quedan en meros anuncios.
Hoy
la economía está en manos del general de brigada Marco Torres, ministro de
Economía, Finanzas y Banca Pública y presidente del estatal Banco de Venezuela,
quien anunció el establecimiento de mesas de trabajo con las principales
empresas financieras del mundo como JP Morgan, para invitarlas a invertir en el
país, lo que tampoco ha devenido en políticas de apertura. Pero Maduro –que se
repite en enunciar anuncios- instaba a radicalizar la revolución, lo cual uno
supone que se avanzaría hacia un modelo con mayor participación de los
trabajadores y el fortalecimiento de la participación popular.
El
analista Manuel Azuaje señala que grupos que forman parte del gobierno se han
enfrentado en temas neurálgicos como la orientación de la política económica.
“Es la desaparición física de Chávez la que produce la disolución de hegemonía
en el proyecto de gobierno, su ausencia produce que estos grupos entran en un
enfrentamiento directo, sin que ninguno logre formar una hegemonía. De ese modo
el vacío se perpetúa”.
Esta
falta de consenso –o de convicciones- ha sido aprovechada por la derecha
vernácula en alianza con el imperialismo para intensificar sus estrategias y
colapsar al país. En varias ocasiones Maduro ha tomado decisiones para revertir
medidas que en su momento causaron importantes críticas y desacuerdos por parte
de la base chavista, como la paralización del proyecto de ley semillas que
abría las puertas a los transgénicos, impidió la desaparición de la comuna El
Maizal, y derogó el proyecto de apertura de nuevas minas para la explotación
del carbón.
Pero
lo cierto es que en el gobierno algunos apuestan a un programa de aperturas
económicas, otros escuchan reclamos populares y toman decisiones que reflejan
el espíritu de Chávez. El retorno al pasado no es una opción, ni la retirada
una estrategia (…), es la hora de reconocer los aliados fundamentales y
apoyarlos para que logren vencer a todos aquellos que quieren echar por la
borda lo alcanzado, señala Azuaje
Futurología
Dos
son los escenarios posibles: uno, donde el Psuv gana la mayoría de diputados
electos; en otro, la oposición se lleva la mayoría. Los 51 parlamentarios que
se eligen de manera proporcional quedarían repartidos de manera pareja. La
decisión estaría en los circuitos, en relación a los cuales es más difícil
hacer un pronóstico sólo a partir de las inclinaciones globales.
Una
elección “pareja” crearía una alta tensión que sería adicionalmente estimulada
por denuncias de fraude; habría intentos de violencia y actuaciones fuera del
marco legal que pudieran saldarse con una derrota de los “insurgentes”, pero
con efectos colaterales dañinos para el país.
En
el caso de que la oposición obtenga mayoría de diputados, le correspondería
designar al presidente de la Asamblea, lo que daría lugar a una situación
objetiva de cohabitación, que pudiera implicar simultáneamente acuerdos y
roces, que se irían dirimiendo con la vista puesta en el horizonte de las
elecciones de gobernadores de finales de 2016, reconoce Leopoldo Puchi,
politólogo opositor.
Si
la situación se tranca y deriva hacia una confrontación de poderes muy fuerte
el próximo año, seguramente la válvula de escape sería la del referendo en 2016
o principios de 2017. Este escenario se aceleraría en el caso de que la
oposición obtuviese en diciembre las dos terceras partes de la Asamblea
unicameral, lo que hoy parece ser más que nada un declaración de deseos.
Lo
que no se puede descartar es que gane el gobierno o la oposición la tensión va
subir, y por lo tanto hay que procesarla desde ahora, ya que los problemas
económicos, en el eje de todo lo que ocurre, exigen un programa de medidas
entre diciembre y enero. Y, en el plano político, el diálogo es un instrumento
insustituible.
Comentarios
Publicar un comentario