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Crisis ucraniana se asemeja a venezolana por las acciones y métodos de EEUU




¿Qué sucede en Ucrania?




En Ucrania acaba de firmarse un “acuerdo que parece provocar una pacificación. ¿Es ese el caso?
Lo que está sucediendo hoy en Ucrania no es una “ree­dición” de la “revolución naranja” de 2004. Todo el mun­do ha visto las escenas de guerra civil en Kiev, un centenar de muertos de ambos bandos. El acuerdo firmado el 21 de febrero por el presidente Yanukóvich y la “oposición” bajo el patrocinio de una delegación de la Unión Europea (los ministros de Asuntos Exteriores francés, alemán y po­laco) no impide, sino muy al contrario, que el proceso de dislocación de Ucrania esté ya en marcha.
El diario Ukrainskaia Pravda publicó ayer un infor­me del SBOu (la ex KGB de Ucrania), que advierte contra un estallido inminente del país. Militantes de Ucrania y de Bielorrusia acaban de confirmarnos esas informaciones. Apenas firmado el acuerdo, el Presi­dente Yanukóvich voló a Jarkov, la gran ciudad del este de Ucrania. No sólo el presidente está en Jarkov, sino que se dice que podría reunirse allí hoy una parte de la Rada (Parlamento). En el oeste, en las grandes ciudades como Lvov, las milicias armadas del partido Svoboda (la principal fuerza de la “oposición”, de la que luego hablaremos) controlan desde hace cuatro días todos los edificios oficiales, y han prohibido allí el Partido de las Regiones (el partido de Yanukóvich) y el Partido “Co­munista”. En el momento en que escribimos, Ucrania está “partida en dos”. Y no es más que el inicio de la dis­locación: en Crimea, zona poblada por una mayoría de rusos con una fuerte minoría tártara turcófona, una parte de la asamblea regional autónoma se reunió con las au­toridades de la Federación Rusa para pedir que pongan “bajo la protección de Moscú” a Crimea, que alberga la antigua base naval rusa de Sebastopol. En los campos, se multiplican las escenas de pillaje. Ayer fueron ame­trallados dos autobuses que transportaban ciudadanos, trabajadores, provenientes de la vecina Bielorrusia.

¿Qué consecuencias tendría un estallido de Ucrania?

La dislocación-descomposición de Ucrania tendría con­secuencias incalculables a escala internacional. Ucrania tiene 45 millones de habitantes, y es el segundo país de Europa en superficie, su estallido tendría consecuencias infinitamente más trágicas que la dislocación de Yugos­lavia hace 22 años, organizada por las grandes potencias imperialistas y sus cómplices en la burocracia.
Constituiría, a las puertas orientales de la Unión Europea, un factor de descomposición enteramente en contra de la lucha de clases, en contra de la resistencia de los trabajadores de todos los países de la UE, que, a pesar de los obstáculos, se alzan contra los planes de destrucción dictados por la UE y el FMI, y aplicados por todos los gobiernos, tanto de derecha como de “iz­quierda”, de Atenas a Lisboa.
Sin embargo, Ucrania dislocada, “yugoslavizada”, sería también, para el imperialismo, una poderosa pa­lanca contra la Federación Rusa. Recordemos lo que Zbigniew Brzezinski, que fuera consejero del presiden­te Carter, escribía en 1997 –por cuenta de los círculos dirigentes del imperialismo USA– sobre Ucrania. Para el imperialismo USA, escribía, Ucrania es un “pivote estratégico”, es decir, un país que no tiene ningún inte­rés en sí mismo, pero que es preciso separar definitiva­mente de Rusia porque “sin Ucrania, Rusia no puede pretender convertirse en un imperio euroasiático”.

¿Se trata, pues de una rivalidad entre los Estados Unidos y Rusia?

Después de Ucrania, escribía el propio Brzezinski en 1997, es necesario preparar una segunda etapa: la des­integración de la propia Rusia: “Teniendo en cuenta el tamaño y la diversidad del país, un sistema político des­centralizado y una economía de mercado libre crearían condiciones ideales para hacer fructificar (...) los vastos recursos naturales de Rusia. Una confederación de Ru­sia –compuesta por una Rusia europea, una República siberiana y una República de extremo oriente–, sería también más beneficiosa para desarrollar relaciones económicas más estrechas con sus vecinos. Cada una de estas entidades confederadas sería más capaz de de­sarrollar el potencial creativo local sofocado durante si­glos por la pesada garra burocrática de Moscú. Así, una Rusia descentralizada sería menos capaz de desarrollar sus pretensiones imperiales” (Geoestrategia para Eura­sia, Foreign Affairs, 1997). Lo que está en juego, detrás de esto, son los enormes recursos naturales, mineros, ga­sistas y petroleros de Rusia. Es la “Rusia útil”, como en 1993 la Brookings Institution hablaba de la África “útil” (sus riquezas) y la “inútil” (los africanos).
Está en juego una segunda etapa de saqueo de Ru­sia, porque la oleada de privatización-pillaje de los años 1990 (bajo Yeltsin) no pudo llegar hasta el final, dada la resistencia de la clase obrera de Rusia, que, como en Ucrania, en Kazajstán, en Bielorrusia, se ha aferrado con uñas y dientes a sus fábricas, sus escue­las, sus hospitales, sus viviendas, etc. (lo que nosotros denominamos las “conquistas de Octubre de 1917”).
Este no es un escenario de “ciencia ficción”: hace diez años el multimillonario Jodorkovski, dirigente del consorcio petrolero estatal Yukos y protegido del Kre­mlin, quiso establecer un acuerdo directo, a espaldas del Kremlin, con la multinacional ExxonMobil, y el Kremlin le encarceló durante diez años. Por eso Br­zezinski quiere desembarazarse de la “pesada garra burocrática de Moscú”.
No es que ese proceso se haya consumado, por su­puesto. Como en el mundo entero, los trabajadores, los pueblos resisten. Pero como en todo el mundo, el im­perialismo y el imperialismo norteamericano, aunque en crisis, provoca guerras y dislocación, en aras de la supervivencia del régimen descompuesto de propiedad privada de los medios de producción.

Los dirigentes de la UE y el gobierno Obama denuncian la “injerencia” rusa. ¿Quién se injiere y por qué?
Dicen esto porque “la mejor defensa es un buen ata­que”. Desde el inicio de las manifestaciones de Kiev, hemos visto cada semana una sucesión de altos diri­gentes de la Unión Europea y de los Estados Unidos, en la tribuna del “Euromaidán” (Maidán Nezaleyosti es el nombre de la plaza de la Independencia, en el centro de Kiev). Concentraron todos sus esfuerzos en presionar para que Yanukóvich firmase el Acuerdo de Asociación con la UE.
Entonces el régimen de Putin puso encima de la mesa un crédito de 15.000 millones. Y el régimen de Yanukóvich, que hace cuatro meses era el más fervien­te valedor de la firma del Acuerdo de Asociación con la UE, giró 180 grados a mediados de noviembre (en vísperas de la cumbre de la UE de Vilnius del 27 y 28 de noviembre de 2013).
Recordemos que, como ayer en Túnez, el “Acuerdo de Asociación con la UE”, del que Yanukóvich era un caluroso partidario, tenía como contrapartida la aplica­ción por el gobierno de Ucrania, de una serie de medidas antiobreras brutales dictadas por el FMI, que iban desde la congelación de salarios y pensiones al aumento ver­tiginoso del precio del gas doméstico. El diario francés pro Unión Europea Le Monde reconoce: “La ayuda eco­nómica ofrecida por Bruselas (610 millones de euros) es una cantidad insignificante. Ese dinero, que no resolvía nada, habría sido desembolsado siempre y cuando Kiev se adhiriera al programa de reforma del Fondo Mone­tario Internacional (FMI) para enderezar una economía moribunda”. Y añade: “Todo acercamiento (entre Ucra­nia y la UE) implicaba su lote de ‘reformas estructura­les’, de esfuerzo de desendeudamiento, de austeridad presupuestaria. Angela Merkel lo había advertido”.

¿Por qué Yanukóvich cambió de opinión y prefirió la oferta de Putin?

Para los militantes de la IV Internacional, eso remite a la naturaleza de esos regímenes existentes, y por lo tanto a las condiciones en que, en 1991, la burocracia estalinista, destruyó la URSS por cuenta del imperialismo mundial. La burocracia restableció las relaciones capitalistas en una situación de descomposición del mercado mundial, y se transformó pues en la actual capa mafiosa y compradora al servicio del imperialismo, que al tiempo busca defender sus propias prebendas, sus propios intereses.
Si Yanukóvich cambió brutalmente de opinión, pre­firiendo la oferta más “interesante” de Putin, es porque la capa, los “clanes” que representa, buscan el enrique­cimiento rápido e inmediato, como el que les proporcio­naron, en la década de 1990, las privatizaciones mafio­sas en toda la ex URSS.
El régimen de Putin, por su parte, no se diferencia en nada del de Ucrania. Como escribimos en 2004 durante la “Revolución Naranja”, “Putin es un agente nortea­mericano. Pero es un agente norteamericano que por exigencias de su propia supervivencia política debe mantener cierto número de prerrogativas, inclusive desde el punto de vista de su poder burocrático-militar, basado en el saqueo y la destrucción del país, lo que puede ponerle en contradicción con las necesidades inmediatas y la política del imperialismo estadouniden­se”. Es el mismo papel que ha desempeñado en Siria, “salvando” a Obama, atrapado en la crisis de Siria, y garantizando a la vez los intereses específicos de la capa mafiosa que representa.
El régimen ruso recuerda perfectamente que la entra­da en la Unión Europea, sucesivamente en 2004 y 2005, de los países de Europa Central y Oriental vino acom­pañado por su ingreso en la OTAN, que condujo a un verdadero “cerco” de sus fronteras orientales ” por bases norteamericanas (en Polonia, en la República Checa...).

Pero la división de Ucrania entre “Este” y “Oeste”, ¿no tie­ne raíces históricas?

En realidad, no hay ninguna base objetiva para dislocar la nación ucraniana, como no la hay en Siria, en Argelia o en otras partes. La historia de Ucrania está estrechamen­te ligada a la de Rusia porque el mismo origen de Rusia es el reino de Kiev. Es cierto que, posteriormente, la na­ción ucraniana fue cuarteada, oprimida y desmembrada por las grandes potencias vecinas: el reino de Polonia, el Imperio Austro-Húngaro y, por supuesto, la “cárcel de pueblos” que fue el Imperio zarista, cuyos funcionarios brutales y chauvinistas oprimieron al pueblo ucraniano, negándose incluso a reconocer su existencia. Recorde­mos cómo Lenin luchó en el movimiento obrero ruso contra cualquier adaptación al chovinismo gran ruso, y por el derecho de las naciones a disponer de sí mismas, incluido el pueblo ucraniano, entre otros.
Ese es el origen del poderoso sentimiento nacional ucra­niano, que existe hasta hoy, y que es perfectamente legíti­mo. Por lo demás, fue la Revolución de Octubre de 1917, es decir, la revolución mundial, la que expropiando el capital, rompiendo con el imperialismo, liberó a la nación ucrania­na. La nación ucraniana, desarrollando su lengua nacional, su cultura, su literatura, pudo desarrollarse como nunca, en el marco de una República Soviética de Ucrania, federada con la Rusia soviética y con otras en el marco de la URSS, que debía ser, según Lenin, una “unión libre de pueblos li­bres” extendiéndose hacia el Oeste de Europa al ritmo de los avances de la revolución mundial.
No es casual que la degeneración burocrática de la Unión Soviética tomase en Ucrania la forma de la elimi­nación por Stalin de los dirigentes comunistas ucrania­nos (fueran o no miembros de la Oposición de Izquierda dirigida por Trotski) en nombre de la lucha contra un supuesto “nacionalismo ucraniano”. La brutalidad del estalinismo, la brutalidad con que la burocracia desa­rrolló en el campo la colectivización forzosa y las ham­ brunas que ello provocó no impidieron que centenares de miles de partisanos se levantasen contra el ocupante nazi, que pretendía restaurar allí la propiedad privada en forma de esclavización de las poblaciones soviéticas.
En Ucrania hay ucranianos, unos hablan la lengua ucraniana, otros la lengua rusa, hay, como en todos los países surgidos de la URSS, minorías nacionales, rusos, húngaros, tártaros... Pero, repitámoslo, no hay base “ob­jetiva” para enfrentamientos “étnicos” o lingüísticos.

Precisamente, los partidos “nacionalistas” ucranianos es­tán en un primer plano. ¿Qué hay de eso?
Los principales partidos que dirigen las manifestaciones de “nacionalistas”, e incluso de ucranianos, no tienen más que el nombre. El partido Batkivshina (“la Patria”) de la que fuera musa de la “revolución naranja” y luego primera ministra tan corrupto como Yanukóvich, Yulia Timoshenko, fue creado y financiado por el gobierno polaco. El partido “Udar” del boxeador Klitshko, fue fundado y financiado por la Fundación Konrad Ade­nauer, el fondo vinculado al partido de Angela Merkel, la CDU. En cuanto al partido “Svoboda” (Libertad), que no hace tanto se llamaba el “Partido Nacionalsocialista de Ucrania”, se reclama de la herencia de Stepan Ban­dera. Bandera, ocho días después de la invasión nazi de la URSS (22 de junio de 1941), redactó la “proclama­ción de independencia” de Ucrania, que iba a colabo­rar “con la gran Alemania nacionalsocialista, bajo la dirección de su jefe Adolf Hitler, que está instaurando un orden nuevo en Europa”. Las banderas rojinegras de las manifestaciones de Kiev son las banderas de la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN) y del Ejército Insurreccional de Ucrania (UPA) que en 1941, junto con los ocupantes nazis, ayudaron a liquidar a los partisanos, los judíos, los húngaros, los gitanos. Svoboda está por el acuerdo de asociación con la UE, pero también por la adhesión de Ucrania a la OTAN.
Nada hay en ello de sorprendente: someterse a las gran­des potencias imperialistas es una característica histórica del “nacionalismo” burgués ucraniano. Lo hizo en 1918 cuando la Rada (Asamblea) de la Ucrania “independiente” se alió con el imperialismo alemán, más tarde en 1941 con el mismo imperialismo alemán en su forma nazi, y hoy… al servicio de la OTAN y de los Estados Unidos.
Y no olvidemos la proliferación de ONG, financia­das con fondos europeos y norteamericanos. En Ucrania, como en Bielorrusia, un militante bielorruso explica en Rabochie Izvestia (diciembre de 2013), “los colosales re­cursos de los medios de comunicación ‘independientes’ utilizados para promover la ’vía europea’. Y, naturalmen­te, las ONG. (…) La juventud cívicamente activa pasa por seminarios, ‘entrenamientos’, encaminados a orientarla de manera brutal hacia valores europeos, en los que se les imparten los dogmas neoliberales y otros postulados del capitalismo contemporáneo. Naturalmente mezclán­dolo con cuentos de hadas sobre la ‘sociedad civil’ y otros postulados de lo políticamente correcto.
¿En qué medida utiliza el imperialismo estos agentes para desestabilizar?

En Kiev corrió la sangre por primera vez a finales de di­ciembre y, a otra escala, los días 18 y 19 de febrero. Esos baños de sangre fueron precedidos por dos hechos. A me­diados de diciembre, antes de las primeras muertes, se fir­mó el acuerdo de los 15.000 millones de crédito ruso entre Yanukóvich y Putin. También fue el 15 de diciembre de 2013 cuando el senador republicano McCain, y su homó­logo demócrata Murphy, declararon desde la tribuna del Euromaidán: “Estamos aquí para apoyar una causa jus­ta, el derecho soberano de Ucrania a decidir libre e inde­pendientemente su destino, que es unirse a Europa”, aña­diendo: “Decimos claramente que la injerencia de Rusia y de Putin son inadmisibles”. El 10 de diciembre de 2013, Strategic Forecasting Inc. (Stratfor, llamado a veces “el despacho fantasma de la CIA”) escribía: “El apoyo nor­teamericano a los movimientos de protesta en Ucrania es un medio de centrar la atención de Rusia en su región y desviarla de la ofensiva contra los Estados Unidos”. El embajador de los Estados Unidos en Kiev amenaza con el “caos” en Ucrania si se firma el acuerdo con Putin… Unos días después caen los primeros muertos.
Después tuvo lugar la manifestación armada de 20.000 personas, dirigida por las milicias de Svoboda y grupos neonazis como “Pravyi sektor”, el 18 de febrero. ¿Podemos ignorar que se dio una semana después de la visita de Victoria Nuland, secretaria adjunta del Departa­mento de Estado norteamericano, que se entrevistó con los dirigentes de Svoboda el 13 de febrero? Y esto justo después de que se entregara a Kiev la primera partida de la ayuda rusa. Nuland, en una discusión telefónica con el embajador norteamericano en Kiev, le sugería pasar por encima de los europeos (“¡La UE, que se joda!”, excla­mó elegantemente) para constituir una “oposición” a la medida. La conversación, probablemente grabada por los servicios secretos rusos, se hizo pública.

¿Pero no se están manifestando hace meses cientos de mi­les de ucranianos?

No se puede caracterizar la naturaleza de esas manifes­taciones sin partir de la lucha de clases internacional, de las relaciones entre las clases, del imperialismo y de la resistencia al imperialismo.
Hay una campaña de desinformación sabiamente or­questada. Así, en un periódico burgués, un “especialis­ta” explica doctamente: “En Ucrania, como en Bosnia, se da la revuelta de un pueblo contra sus élites corrup­tas”. Que tanto en Bosnia como en Ucrania (y en los Estados Unidos, y en las grandes potencias “civiliza­das”) hay “corruptos” es indiscutible.
Sin embargo, cuando el 5 de febrero, en Tuzla (Bos­nia), los obreros despedidos de cinco empresas privati­zadas se levantan y toman al asalto la sede del gobierno cantonal, al grito de “¡Muerte al nacionalismo!” (re­tomando la consigna de los partisanos de la revolución yugoslava de “¡Muerte al fascismo!”… la Unión Eu­ropea amenaza con enviar más tropas del Eurofor para aplastar la revuelta. Por el contrario, en Kiev, la Unión Europea y sus representantes, los representantes de los Estados Unidos no han cesado desde hace tres meses de echar leña al fuego para arrastrar a Ucrania a la disloca­ción y a la partición. En este sentido han sido dirigidas y orientadas las manifestaciones de Kiev (el “Euromai­dán”) a través de sus intermediarios locales. Así pues, son manifestaciones reaccionarias y proimperialistas.

 ¿Significa esto que todos los que se manifiestan son reac­cionarios y proimperialistas?

Naturalmente que no. El carácter reaccionario de las manifestaciones no significa que esas manifes­taciones no se desarrollen en un contexto favorable. Desde hace más de veinte años los sucesivos gobier­nos surgidos de la descomposición de la burocracia y sus clanes mafiosos (Kuchma, Yanukóvich), pero tam­bién los gobiernos surgidos de la “revolución naranja” (Yúshenko, Timoshenko) privatizan, liquidan, destru­yen, saquean… al servicio del FMI. Por supuesto, un­tándose tanto como pueden. Recordemos las campañas internacionales en las que participó la IV Internacional en 2003-2004 contra las “reformas” que destruían el Código Laboral, aplicadas por un tal… Yanukóvich.
En semejante situación, numerosos ciudadanos, pensionistas, campesinos, estudiantes, incluso una fracción de la clase obrera, han participado en las ma­nifestaciones. Pero eso no basta para dar un signo po­sitivo a esas manifestaciones.

¿Cuál es la posición del movimiento obrero?

Una parte del movimiento obrero ha llamado a partici­par en las manifestaciones desde mediados de noviem­bre de 2013. En particular los dirigentes de la Con­federación de Sindicatos Libres de Ucrania (KSPU), que se constituyó en torno al poderoso Sindicato In­dependiente de Mineros, el NPGOU. Un sindicato que hunde sus raíces en las potentes huelgas de los mineros soviéticos en los años 1989-1990 contra la burocra­cia “restauracionista”. Y, desde las ciudades mineras han llegado autobuses sindicatos enteros al Maidán. A mediados de noviembre, un minero entrevistado en el Maidán, adonde había llegado con sus compañeros, explica: “Estoy aquí porque queremos entrar en Eu­ropa, porque estamos hartos de este Estado corrupto. Cuando llevamos ante los tribunales a la dirección de la mina para que respete nuestros derechos, llega un mafioso, soborna al juez a la vista de todos, y siempre se desestiman nuestras demandas, por lo que quere­mos a Europa para tener jueces independientes que estén obligados a hacer respetar la ley”. Naturalmen­te, no son más que ilusiones. Porque esos obreros ucra­nianos no tendrán otro futuro que el de los obreros de los astilleros del Báltico en Polonia, cerrados de un día para otro por orden de la Comisión Europea que prohi­bió las subvenciones del Estado polaco. Era la cuna de Solidarnosc, de la resistencia obrera polaca contra la burocracia… y la Comisión Europea los liquidó, con el apoyo de una parte de los dirigentes de Solidarnosc, contra los obreros y sus sindicatos Solidarnosc de los astilleros.

Esas ilusiones existen. Pero no podemos respon­sabilizar a los trabajadores que están en el Maidán. Como atestiguan militantes obreros de Ucrania y de Bielorrusia, llamar a los trabajadores, a sus sindica­tos, a participar en las mismas concentraciones que los nostálgicos de los nazis financiados por la embajada de los Estados Unidos, es algo que ha de acabar mal. Y lo que tenía que pasar pasó: a finales de diciembre, desde la tribuna del Maidán, los dirigentes de Svoboda lan­zaron un llamamiento: “¡provocadores comunistas se han juntado en la esquina de la avenida Kreshatik!”. Inmediatamente, un centenar de matones fueron a por las casetas de la Confederación de Sindicatos Libres de Ucrania (KSPU) y a por sus militantes, enviando a varios de ellos al hospital.
Los responsables son los que han llamado a los trabajadores, al movimiento sindical, a ponerse a re­molque de los agentes de la UE y de la embajada nor­teamericana, contándoles fábulas sobre la “Europa So­cial”. Lo mismo que en Francia, donde recientemente, con el movimiento de los “boinas rojas”, hemos visto a obreros despedidos arrastrados a manifestarse junto con los patronos que les despiden, en nombre de la “regionalización”. Son responsables también los pa­blistas, cuyo grupo en Ucrania ha apoyado la decisión de algunos dirigentes sindicales de ir al Maidán. Y los pablistas ucranianos han justificado esto explicando que era el combate por los “valores europeos”, el “in­ternacionalismo”, etc. Igual que en Siria han justifica­do durante meses la injerencia imperialista dislocadora en nombre de una supuesta “revolución” contra el ré­gimen de Bachar el Assad.

¿Cuál es la política de la IV Internacional?

La IV Internacional considera que estamos ante la cues­tión central, internacional, de la independencia del mo­vimiento obrero. A través de la publicación del perió­dico mensual en lengua rusa Rabochie Izvestia (cuyo último número, n° 42, aparecido el 22 de febrero, publi­ca un artículo de diálogo sobre todas estas cuestiones), a través de la participación de camaradas de esta región en la conferencia obrera europea de los días 1 y 2 de marzo en París, pretendemos, modestamente, ayudar a ese combate, en relación con el conjunto de nuestras de­terminaciones políticas a escala internacional.
Por nuestra parte podemos volver a publicar sin enrojecer lo que decíamos hace cerca de diez años, cuando comenzaba la supuesta “revolución naranja”: “nadie puede negar que hoy hay un estallido en Ucra­nia que puede conducir al desmantelamiento, no sólo de la nación ucraniana, sino de toda Europa (…) He­mos explicado desde hace diez años en Ucrania que la naturaleza misma de la burocracia estalinista no podía sino conducir, no a la restauración capitalista, sino a esta política de desmantelamiento de las na­ciones, de saqueo del país, de destrucción de la fuer­za de trabajo y de su destrucción física. Lo que hoy vemos en Ucrania no sólo confirma esta apreciación, sino que confirma que no hay salida (ni siquiera en el terreno democrático más elemental de la defensa de la soberanía de la nación ucraniana, de su unidad), no hay salida fuera del combate por la defensa y la re­conquista de las conquistas de Octubre de 1917. Fue­ra del combate en el terreno de la propiedad social, indisociable de la existencia de la clase obrera y de la propia nación ucraniana” (Extractos de un informe presentado el 28 de noviembre de 2004 a la dirección nacional de la sección francesa de la IV Internacional).



 La Carta de la IV Internacional    22 de febrero de 2014,

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